martes, 27 de julio de 2010

Encanto


Llevo varios días moviéndome por esta bendita provincia y he visto algunas cosas que me han sorprendido gratamente. De esta forma, una aparente obligación se ha convertido en una devoción inesperada; y, tal vez por ello, doblemente reconfortante.
Una de esas sorpresas ha tenido lugar hoy mismo: la ingente cantidad de turistas que se daban cita en el centro de Cádiz. He escuchado hablar en inglés (muchísimo), en catalán y en euskera. He visto automóviles franceses y familias enteras alemanas. Las terrazas más señeras del casco histórico estaban hasta la bandera de personal foráneo, que comí y bebía por derecho. Desconozco si esa afortunada avalancha tenía mucho que ver con los dos colosales buques de crucero que esta mañana se mostraban orgullosos en el muelle. Si es así, alguien tendrá la ‘culpa’ de que buena parte de ese tipo de pasaje ya no reduzca su estancia en Cádiz a recorrer los escasos metros que separan la escala del barco y el autobús que les llevará a Sevilla, para regresar de nuevo en él a pie de escala, justo a la hora de zarpar.
Menos me ha sorprendido (por ya sabido, no porque haya perdido esas características) que Cádiz continúe siendo la ciudad que sonríe. Pocas veces un lema hace tanta justicia a una ciudad amable y abierta. Y limpia. Porque, tras algunos problemas hace un tiempo, Cádiz vuelve a mostrarse limpia y orgullosa. Entiendo que eso no sólo es un reflejo de sus habitantes sino que esa limpieza devuelve a sus propios vecinos una imagen mejor de su entorno; e, indirectamente, les obliga a un mayor celo en su cuidado. Sin duda, la mejor inversión para una ciudad que quiere vivir del turismo.
Y una agradable sorpresa más ha sido Vejer , tal vez porque he vuelto a ella después de un cierto tiempo. Barbate concentra un mayor número de amigos y de vivencias, motivo acaso por el que suelo pasar de largo… Pero Vejer me ha maravillado. Conocía su recuperado casco antiguo, ciertas experiencias hosteleras y comerciales ‘con encanto’… Pero la imagen general ha sido incluso mejor que tanta suma de aciertos parciales. A modo de ejemplo, el azulejo que encabeza esta entrada; la foto está tomada en el interior de un portal. En Vejer, sí. Otra ciudad que sonríe.

domingo, 25 de julio de 2010

Atracos


Las cámaras de seguridad de un banco de Nueva York han inmortalizado a un hombre mientras atracaba la oficina. Hasta ahí, era lo previsible: no que un individuo atracase un banco en esa ciudad sino que, si lo hacía, saliera retratado para la posteridad. Lo sorprendente ha sido que el delincuente compareciera en la sucursal, pistola en mano, disfrazado de Darth Vader, el malo malísimo padre de Luke Skywalker en la saga de Star Wars.
Algunas crónicas periodísticas destacan que testigos de la huida a la carrera del delincuente, ataviado con su capa negra y su inconfundible casco, pensaban que se trataba de una broma. He leído incluso que una de las personas que se encontraban en el banco no pudo evitar que se le escapara una risita cuando vio al señor del lado oscuro de la fuerza, pistola en mano, pedir que le fueran entregando toda la pasta de la galaxia.
Recuerdo haber visto alguna película en la que los atracadores se escondían tras sonrientes máscaras de Richard Nixon. Me daría pavor toparme con alguien con cara de Nixon, especialmente ahora que he descubierto que se las tuvo con Kissinger debido a su desmedido afán por comprobar el funcionamiento del botón nuclear. Pero lo que me acojonaría de verdad sería que me atracara alguien con una careta del pato Donald. Mi amigo Fernando Melero, un magnífico observador del ser humano, describía la estampa más terrorífica imaginable como la de una calle solitaria en plena noche, en la que una única farola alumbra a un inmóvil y sonriente payaso…
Dentro de todo, la noticia de Nueva York no deja de ser una simple anécdota. Nadie resultó herido y seguramente, el cinéfilo atracador acabará siendo detenido. Incluso puede que hasta se recupere el dinero, al contrario de lo que sucede con las comisiones que los bancos cobran a sus clientes. Y, por suerte, el disfraz elegido por el delincuente era consecuente con su actividad ilícita: al atraco, embozado, sí; pero vestido de villano, con lo que el episodio no ha causado daños en nuestro subconsciente ni ha salpicado a nuestros mitos y héroes.
Por el contrario, no quiero ni pensar qué pasaría si a los atracadores les diera por adoptar como uniforme de trabajo el hábito de la madre Teresa de Calcuta; la camiseta de la selección española de fútbol con el número 6 a la espalda; o el aspecto de cualquiera de los salvapatrias que tanto pregonan en los medios de comunicación el enorme sacrificio que asumen por sus desvelos en favor del bienestar de los españolitos y las españolitas. El sombrajo se nos quedaría mondo y lirondo de palos. Como si nos atracaran dos veces, vamos.

viernes, 23 de julio de 2010

Colonia

Esta mañana he estado en Gibraltar. Por si acaso, no fuera a ser que mi comentario anterior estuviera equivocado de cabo a rabo; y que los años de bloqueo a la reja para todo cristo en tiempos del franquismo se sustituyeran ahora por un tupido cedazo en el que sólo quepan, como los camellos por el ojo de una aguja, quienes lleguen ‘lubricados’ por el pago del oportuno peaje. Hablando de todo un poco, me ha sorprendido la ‘imagen amable’ del Cuerpo Nacional de Policía a ambos lados de la frontera, todo políticamente correcto y agradable de ver: agentes de uno y otro sexo sumamente educados y físicamente agraciados. Como si formaran parte de una campaña de promoción turística o algo similar, impulsada por el ministro y diputado gaditano Alfredo Pérez Rubalcaba.
Gibraltar sigue siendo peculiar; un rincón con enorme encanto pero sumida en una decadencia vertiginosa. Al menos así la veo yo, año tras año. Es una consecuencia de su tiempo; y en ese tiempo ha quedado anclada, a apenas un par de horas en avión de su metrópoli (probablemente el país más avanzado del mundo en cuanto a tendencias culturales y sociales) y prácticamente a un paso de ciudades del sur del sur de Europa que le dan mil vueltas en modernidad física, urbanística o ciudadana.
Eso sí, continúa siendo un crisol de culturas y de tipos humanos; y un ombligo a mitad de camino entre Europa y África. Porque sólo en un lugar como éste puede entenderse que esta mañana la principal atracción de la Main Street fuera, junto a un par de personas ‘practicando’ ese deporte urbanita que consiste en pintarse cuerpo y ropaje para permanecer hierático simulando haberse transformado en una estatua, una suerte de mesa petitoria que reunía a un grupo de damas de la Gibraltar Cat Welfare Society, la asociación inscrita con el número 91 en el registro de caridad de la colonia y que, como su propio nombre indica, dedica sus desvelos a garantizar la calidad de vida y el bienestar de la especie gatuna. O sea, a convertir a los individuos felis catus en felices gatos.

miércoles, 21 de julio de 2010

Peaje

Ciertos munícipes son célebres por una insólita afición: ordenar a sus subalternos (o hacerlo ell@s mism@s, si son de natural campechano) que porten un recipiente con agua con el que, sentida la imperiosa necesidad, poder ‘fabricar’ un charco en el que tirarse en plancha para desesperación de sus asesores de comunicación y de la ortodoxia de los partidos que los sustentan. Eso sucede en las localidades de interior, claro. Porque en aquellas que podrían cobrar el IBI al mar (no lo descartaría, al paso que va la ruina de los ayuntamientos…), la cosa es más sencilla para los próceres; y menos onerosa para los tiralevitas, que se ven liberados de la obligación de cargar penosamente con el búcaro.
El alcalde de La Línea (ciudad costera donde las haya), Alejandro Sánchez, ha propuesto el cobro de un ‘peaje’ a aquellas personas que accedan a Gibraltar, y en ello ha puesto a trabajar a los técnicos municipales. Para ello, se agarra a un doble motivo: la dejadez del Gobierno español hacia el municipio que hace de frontera con la Roca; y "la publicación en los medios de comunicación nacionales de que los ingresos presupuestados por parte de Gibraltar para el próximo año, cifrados en más de 350 millones de euros, proceden en su mayor parte del número de visitantes anuales procedentes de España". A juicio del alcalde de La Línea, "es imposible seguir manteniendo la situación actual por más tiempo, debido sobre todo a que Gibraltar es la gran beneficiada de todos los acuerdos que dependen de dicho foro" (el denominado Foro Tripartito, que reúne a los gobiernos de España y Reino Unido con las autoridades de la colonia).
La tormenta política, claro, no se ha hecho esperar. El medio gibraltareño 'de referencia' y algún que otro rotativo inglés ya se han hecho eco de la noticia o se han pronunciado al respecto (doy gracias de que el internet no he encontrado referencias de los diarios sensacionalistas británicos). Y el propio ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, se ha entrevistado hoy mismo con el regidor linense, entiendo que no para proponerle como próximo secretario de Estado de Cooperación Internacional, ni para recomendarle que vaya puliendo pequeños defectillos con vistas a convertirse en el Javier Solana del siglo XXI.
El alcalde de La Línea asiste, como muchos otros (demasiados de ellos en la provincia), a una situación económica lamentable de las arcas municipales. A Sánchez (PP), sucesor del ex-GIL Juan Carlos Suárez tras la inhabilitación de éste, le ha pitado y abucheado su propia plantilla porque no es capaz de pagar las nóminas de sus trabajadores… Esos, los mismos, a los que ahora ha pedido que vean el margen legal para establecer el referido peaje. Es la monda.
A grandes males, grandes remedios; o grandes titulares, habrá pensado. Y, mezcla de una cierta desesperación con una buena dosis de oportunismo, utiliza el asunto del peaje para distraer la atención. De la misma forma que un jefe de Estado bolivariano en horas bajas se ha empeñado en desenterrar al propio Simón Bolívar. El viejo truco de los líderes acogotados, la cortina de humo que busca todo político cuando el rival o las circunstancias le han castigado tanto el hígado que apenas puede recuperar el aliento en su rincón. A grandes males, grandes ridículos, diría yo. Pero de ahí a plantear puestos de control de la Policía Local en las inmediaciones de la verja, en plan Checkpoint Charlie, va un mundo.
Llegados a este punto, me gustaría plantear dos alternativas al alcalde de La Línea. Entiendo que no le harán falta, porque dada la altura de sus reflexiones doy por hecho que debe de estar rodeado de un magnífico y carísimo equipo asesor. Pero, en todo caso, ahí van. Una, que ya que hasta el menos leído de los monos de Gibraltar sabe que el peaje es insostenible, baraje abiertamente la posibilidad de recuperar la figura de los corsarios: una suerte de ciudadanos que, sirla en mano, atraquen directamente a los turistas que pretendan acceder a la colonia, a mayor gloria de su alcalde y de la hacienda local; pudiendo sacarles toda la pasta, no sé por qué hay que conformarse con un ridículo peaje. Y dos, que dadas las dificultades para abonar los salarios a los trabajadores municipales, insista en la idea del pago del peaje, exclusivamente a su propia ciudadanía si bien por cualquier asunto: salir a la calle, pasear al perro, abrir el grifo, mirar por la ventana, hurgarse las orejas en los semáforos (no digo ya por llamar a la Policía Local o a la grúa, o porque se recoja la basura o se alquitranen las calles, asuntos todos que deberían estar gravadísimos). Así, tacita a tacita…

sábado, 17 de julio de 2010

Pedales

Leí la noticia hace un par de días. La National Highway Traffic Safety Administration (algo así como la DGT yanqui) investiga más de 70 accidentes mortales ‘protagonizados’ por vehículos fabricados por una firma japonesa. Al parecer, uno de los principales problemas que acuciaban al constructor (que ha debido revisar más de ocho millones de unidades en todo el mundo) era que esos siniestros se hubieran producido por una ‘aceleración involuntaria’ causada por un fallo en los componentes electrónicos.
Sin embargo, a tenor de una información publicada por The Wall Street Journal de la que se han hecho eco diversos rotativos europeos, las conclusiones parciales de esa investigación revelan que sólo uno de los 75 accidentes en cuestión tuvo como causa probable algún problema en la fabricación del vehículo. Dicho de otro modo, en el 98,67% de los casos, el accidente mortal se debió a que los conductores pisaron el acelerador cuando debieron haber accionado el freno.
Dejando a un lado el caso en sí, observo el episodio casi como si se tratase de una fábula sobre el reparto de responsabilidades. Un reparto que es contundente en su exigencia al conductor respecto al vehículo; de la misma forma que lo sería hacia el director sobre los miembros y las partes de la orquesta; al entrenador por encima de cada uno de los futbolistas; al líder más allá del cuerpo social o de la masa.
En muchas ocasiones, las organizaciones cuentan con un embrague magnífico, con un ordenador de a bordo impecable y con un sistema de regulación del ABS a prueba de bombas. Todos ellos, gracias a los avances en el diseño y en la calidad de los componentes, a la apuesta por la ID+T, a las repetidas pruebas y ensayos en materia de seguridad, a las oportunas revisiones que periódicamente se realizan al ‘ingenio’ que suma y da pleno sentido a la unión de todas las piezas, forman una máquina casi perfecta. Un prodigio de la técnica que, por desgracia, sólo vale para matarse si quien debe conducirlo se duerme al volante; o, simplemente, no es capaz de distinguir el freno del acelerador.

lunes, 12 de julio de 2010

Estrella


Sufrí una barbaridad. De esa forma que se sufre por aquello que se anhela. Y exploté cuando lo que parecía vedado durante años por la mala suerte y las más rebuscadas conjunciones astrales se logró por fin. La selección española sumaba su primera medalla al escudo de su pechera: era campeona del mundo de fútbol.
Es cierto que hoy nadie se ha hecho cargo de la hipoteca de mi casa; y que los grandes y pequeños problemas continúan enredados. Como lo estaban ayer a eso de las ocho y veinticinco de la tarde del domingo… Pero, a pesar de todo, fueron casi tres horas mágicas.
Fundamentalmente, disfruté porque trataba de ponerme en el lugar de los once muchachos vestidos de azul que han descubierto el verdadero significado de la palabra ‘equipo’ a más de cuarenta millones de personas. Quería intuir qué sentían, en quién pensaban, qué rostros se les pasaban por la mente mientras corrían por el Soccer City… Era su gran día pero, por mucho que trataran de explicarlo, no creo que fueran capaces de transmitirlo plenamente; ni el resto de los mortales de comprender en su integridad tal suma de sensaciones, recuerdos, ilusiones...
Ellos eran los protagonistas. Pero me fijé también en su seleccionador, un hombre trabajador, educado, elegante y prudente, una rara avis en un momento en que parece brillar socialmente la frivolidad, el exhibicionismo, la obscenidad y la impudicia. Si los futbolistas de España han enviado un mensaje de fondo a todo un país en torno a la capacidad de superación, al valor del esfuerzo, a la constancia, a la deportividad, a la calidad no exenta de sacrificio, al “podemos” que ya se hizo célebre en la Eurocopa de Austria y Suiza, el ejemplo didáctico de Vicente del Bosque no es en absoluto de menor enjundia.
Y en todo esto andaba cuando no pude evitar pensar en aquellas personas que, inmersas en sus problemas cotidianos, han sufriendo frustraciones de verano cada cuatro años durante décadas frente al televisor, maldiciendo los caprichos de la fortuna, las arbitrariedades de quienes no debían cometerlas, las malas artes de los rivales o, simplemente, la superioridad del oponente. Personas como yo, que nada nos jugábamos de verdad en nuestra hacienda o en nuestra honra con esto del balompié…
Fue mientras los once chavales que ya han pasado a la historia del deporte y, no creo que sea una exageración, a la historia de este país, apuraban los últimos segundos sobre el pasto. Justo entonces, de forma súbita e inexplicable, me invadió un extraño sentimiento de felicidad. Por poder compartir con las personas a las que quiero de verdad uno de esos momentos que me acompañarán durante toda la vida . Sólo eché de menos a una; pero comprendí que una estrella es un lugar ideal tras el que esconderse.

viernes, 9 de julio de 2010

Caleta


Esta mañana he estado en Cádiz, una ciudad a la que debo unas cuantas cosas de lo que soy. Y con la que me encanta reencontrarme. Debía llegar temprano y preferí hacerlo antes. Tanto que la Caleta, entre esas dos joyas que son los castillos de San Sebastián y Santa Catalina, me regaló esta imagen solitaria. Solitaria y hermosa, casi sólo para mí.

martes, 6 de julio de 2010

Roja


Siempre he dudado de la efectividad de ciertas campañas o actuaciones tendentes a sensibilizar hacia lo que debe ser evidente. Sobre todo de aquellas que se plantean 'en negativo'; es decir, las que se centran más 'contra el terrorismo' que 'en favor de la tolerancia'. Simplemente, porque no veo al más sanguinario de los asesinos enternecerse, como los aprendices de canallas de las películas españolas en blanco y negro, por el simple hecho de que la ciudadanía se eche a la calle para condenar sus crímenes; o porque se pongan de moda los lazos de tal o cual color. Por la misma razón, tampoco me parecen rentables las dramáticas campañas contra la siniestralidad en las carreteras, por más historias trágicas que nos cuenten y por más que, en ocasiones, podamos reconocernos en las mismas.

Sin embargo, considero que hay iniciativas mucho más eficaces. Siguiendo el símil automovilístico, primaría un llamamiento a no compartir vehículo con según qué conductores. Algo así como un "papá, yo prefiero ir en tren", en lugar del "papá, no corras". Una estrategia que implique al destinatario y que esté basada en una especie de 'aislamiento social' hacia quien pone en riesgo la vida de los demás por su conducta al volante. Porque el rigor legislativo, si es que existe, no basta por sí solo.

Dudo si la tarjeta roja contra la violencia de género será o no efectiva. Sí sé que todos los esfuerzos para evitar ese abuso, que a mi juicio denigra más al agresor que a la víctima, son insuficientes para frenar el goteo de muertes y la cascada de dramas cotidianos que nos rodean aunque no salten a las portadas. ¿Será útil la tarjeta roja? Mucho más que el silencio cómplice. Sin duda.

lunes, 5 de julio de 2010

Ganar

“Estamos aquí para ganar”. Por un momento, pensé que la frase era del comedido Vicente del Bosque y que los futbolistas españoles se habían desembarazado de esa cierta falta de ambición o confianza en las propias posibilidades que ha acompañado históricamente a 'la Roja' desde aquel “a mí, Sabino, el pelotón, que los arrollo”. Porque, más allá de los éxitos individuales y en ciertos deportes de equipo en los que es más sencillo trabajar sobre la psicología de sus miembros, el ejemplo del fútbol ilustra como pocos casos de lo que considero una rémora del ‘espíritu patrio’: la falta de un afán competitivo que atenaza en el instante definitivo, a la hora de jugarse el todo por el todo y solemos tirar a blanditos. Justo en el momento de la verdad, cuando se opta por saltar al campo con la cabeza gacha, acongojado ante el griterío del público y la presión de las cámaras, pensando que ya se ha cumplido por el simple hecho de haber comparecido en el duelo. En ese mismo segundo en el que la historia que comienza a escribirse apuntaría a un final radicalmente distinto si se afrontase la cancha apretando los dientes, aguantando las miradas sin complejos, de tú a tú, sudando y haciendo sudar.
Por desgracia y para la desgracia de muchas personas que siguen padeciendo los horrores de la guerra en todos los frentes y bajo cualquier bandera, el autor de la frase no era el seleccionador español, sino el general estadounidense David Petraeus, nuevo comandante de las fuerzas armadas de la OTAN en Afganistán. Petraeus es un ‘gendarme’ vestido de camuflaje en un país roto y en el que la gente tiene la dudosa suerte de poder optar entre morirse de miseria, despanzurrada por una bomba de la insurgencia o acribillada por un muchachote de Arkansas con el gatillo fácil. Él tiene claro que está allí para ganar. Personalmente, no tengo dudas de quiénes estarán en el grupo de los perdedores: los que pierden siempre.
Desde luego, la frase le pega más a él; pero habría preferido mil veces que a don Vicente le hubiera dado un pronto...

sábado, 3 de julio de 2010

Codos

He vuelto a estudiar. Me refiero a estudiar hincando los codos, porque uno jamás ha dejado de tratar de cultivarse mínimamente en lo personal y lo profesional. Pero sumergirse durante horas en papeles con el objetivo de acabar con ellos antes de que ellos terminen contigo no lo hacía prácticamente desde mis últimos exámenes en la Universidad de Navarra. Y no sé si será por la pérdida de la práctica o por la ‘mortandad’ de mis neuronas; pero yo recordaba que se me daba bastante mejor que ahora…
También es verdad que he ido a hincar el diente a un temario que se las trae. No es que sea árido; es que a su lado el Sáhara es un vergel. Me está costando la misma vida, claro, a pesar de lo cual insisto, insisto e insisto. Hasta el punto de que estoy maravillado de haber descubierto en mí una capacidad desconocida que podría denominar ‘perseverancia productiva’. O ‘tozudez intelectual’, que me gusta más.
Ahora que el calor aprieta e invita a visitar las playas, cuando los estudiantes han aparcado sus libros y disfrutan de su ocio (incluidos mis dos hijos quienes, por cierto, me han dado sendas alegrías con sus calificaciones), yo me empeño en ligar bronce con el flexo… Puede que no sea el plan ideal, pero para uno queda la satisfacción interior por el esfuerzo realizado y por los frutos que, poco a poco, voy descubriendo en mi sesera.
Como ya decía ayer, tengo un saco de motivos para seguir peleando en esta época de crisis y convulsiones: el primero de ellos es ser dueño de mi propio destino. Pues eso, a seguir estudiando.

viernes, 2 de julio de 2010

Ecuador

Si no me fallan las cuentas, 2010 ha alcanzado hoy su ecuador, con lo que comienza la ‘cuesta abajo’ del año. En lo personal, el tiempo acumulado desde el pasado 31 de diciembre ha traído de todo. Un par de disgustos de cierto calibre, sí; y un puñado de decepciones, también. Pero en el inventario parcial del año figuran igualmente una docena de satisfacciones, un buen número de agradables reencuentros y un saco de motivos para seguir peleando. El primero de ellos, ser dueño del propio destino.
Los periódicos, radios y televisiones no invitan al optimismo, la verdad. Más allá del espejismo del Mundial, la generalidad de las noticias incluye un sesgo más bien negativo, un tono negro tirando a negro oscuro diría yo; y no sólo por la crisis económica. Porque a los efectos nacionales y locales de esa sacudida global se suman, claro, las poco agradables medidas de recorte impulsadas por nuestros gobernantes, en ocasiones huérfanos de un sólido respaldo; algún caso de supuesta corrupción política que se viene dilatando demasiado en el tiempo y que no contribuye a normalizar el debate; el dramáticamente cotidiano rosario de muertes en la nómina de países que continúan azotados por el terrorismo (una lista a la que, por cierto y tristemente, se ha incorporado con fuerza México); las reiteradas fracturas de España que algunos vaticinan; los ‘líos de togas’ en ciertos tribunales; los cíclicos desplomes de las bolsas; la reiterada modificación a la baja de la calificación de la deuda española… Y, por si fuera poco para completar un panorama desalentador, incluso la caída de la venta de libros.
Aun así, de la primera mitad del año me quedo con dos cosas. Por una parte, varios puñados de esperanzas que he ido acumulando, con la vista puesta en que puedan cristalizar en este nuevo tiempo. Y por otra, las personas que siguen siendo y continúan estando. Con eso basta. A pesar de todo, por más que llueva y haga frío ahí fuera.