sábado, 28 de agosto de 2010

Solidarios

La estadística no miente. España continúa liderando el número de donaciones de órganos y de trasplantes, un ranking que ocupa menos minutos en las televisiones que cualquier campeonato deportivo de medio pelo pero que sin duda ofrece un motivo de mayor peso para felicitarse como colectividad que una buena clasificación en un medallero.
Siempre me ha llamado la atención ese papel de privilegio en un asunto que, aunque a mí no me lo parezca, puede presentar diferentes aristas, en no pocos casos fruto de una tradición socio-religiosa que apuesta más por la caridad que por la solidaridad; que regala lo que sobra pero que guarda celosamente aquello que tal vez pueda ser necesario. Incluso llegado el momento en que nada se necesita ni va a necesitarse.
Sinceramente, creo que el gesto de donar dice muy poco a favor de quien lo realiza: es lo menos que puede hacerse, máxime cuando ya todo es exceso de equipaje. Volviendo la activa por pasiva, considero que la negativa a ofrecer a un semejante una esperanza de calidad de vida (cuando no de vida propiamente dicha) sí descalifica a quien pueda escudarse en cuestiones morales o afectivas. Algo así como la parábola de Lázaro y Epulón, sólo que en aquella historia éste no sentía la necesidad de justificarse ni de tranquilizar su conciencia ante la necesidad de un semejante.

(Éste es el enlace a la web de la Organización Nacional de Trasplantes)

martes, 24 de agosto de 2010

Historias

Confieso que la historia me tiene fascinado. De esa forma en la que uno asiste a un acontecimiento que, por lo rebuscado de su argumento, parece más una novela o una película en la que “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Pero no. La epopeya de los 33 mineros chilenos sepultados en un yacimiento de Copiapó desde hace prácticamente tres semanas es auténtica; tanto que cuesta trabajo ponerse en su piel. En la piel de todos y cada uno de ellos, con sus miedos y sus esperanzas.
¿Qué pasa por la cabeza de un hombre enterrado vivo? Hace un par de días, los 33 mineros chilenos lograron hacer llegar un mensaje al exterior. Y lo saben. Saben que sabemos que están vivos, con lo que la presión ya no es suya. Los días de silencio desde el exterior, las semanas de incomunicación, las inimaginables angustias rodeados de polvo y oscuridad han terminado; su mensaje y el posterior ‘diálogo’ con ellos no hacen sino trasladar al resto del mundo la responsabilidad de lo que pueda pasar con ellos. A todos excepto a las 33 personas que están sometidas a las condiciones más extremas que alcanzo imaginar; tanto que parece que son conscientes de que deberán esperar incluso semanas antes de poder ver la luz. Sólo puedo imaginar una situación peor que la que atraviesan estas personas: la de sus padres, sus hijos o sus esposas, la de aquellos que de buena gana se cambiarían por unos seres queridos de los que les separan unos pocos centenares de metros y bastantes miles de toneladas de roca.
Si son ciertas todas las cosas que se dicen y se escriben al respecto, los 33 mineros de Copiapó apenas han pedido un puñado de cosas. Entre ellas, cepillos de dientes, lo que es todo un síntoma de lo que llegado el momento se puede llegar a valorar aquellas cosas que forman parte de nuestro universo cotidiano aquí en la superficie, donde nos sentimos inmortales. Toda una historia, sí señor.

domingo, 22 de agosto de 2010

Regreso


El mes de agosto ha sido (está siendo) época de reencuentros. Con personas y lugares, algunos distantes cientos de kilómetros de esta tierra al sur del sur de Europa. Reencuentros con sitios y con semejantes, que es tanto como decir reencuentros con la memoria, con la propia vida. Con lo que hizo que uno sea lo que es, con principios y convicciones forjadas a golpe de enseñanza y de ejemplo de quienes te han acompañado en esta apasionante aventura que es ir construyéndose uno mismo, casi sin darse cuenta, hasta que se empieza a colaborar a construir a otros que harán lo propio con quienes vengan más tarde.
Por fin puedo asomarme al blog en este mes de agosto en el que he buceado en mis recuerdos, en lugares casi mágicos por su carga afectiva y por la niebla de misterio que les otorga la distancia. Ha sido y está siendo un mes de acantilados de roca viva sobre los que golpea un mar bravo, de olvidados olores a hierba y a árboles casi perdidos en la memoria, de profundas tradiciones que he debido recuperar bajo una gruesa capa de polvo. Una suerte de viaje iniciático en mitad del camino del que he regresado con la fuerza que da ser consciente de la solidez de los propios cimientos.
Me alegro de haber regresado a lo que fui. Porque me siento más fuerte en lo que soy; y más firme en lo que debo ser.

(En la foto, la Torre de los Iruña o de Doña Otxanda, en Vitoria)