martes, 22 de febrero de 2011

22-F

¿Es el Congreso de los Diputados (junto al Senado) la manifestación máxima de la soberanía popular en este país? ¿Son los pasillos de la Cámara, frecuentados por parlamentarios de todos los grupos y por decenas de periodistas, un lugar público rodeado de miles de lugares no solo privados sino absolutamente reservados? ¿Considera que los representantes de la ciudadanía deben mantener unas mínimas reglas de decoro en sus actitudes y sus expresiones, en todo caso atendiendo a la dignidad del resto de cargos electos y de los cuarenta millones y pico de españoles que les pagan su no escaso sueldo ni su menos magra pensión? ¿Entiende que, ni siquiera en conversaciones privadas caben expresiones ni ademanes racistas, machistas, injuriosos ni vejatorios, y menos aun por parte de quienes tienen el privilegio y la responsabilidad de representar al pueblo soberano? ¿Es de recibo que una diputada del PP haya llamado hoy fascista al presidente del Congreso?

Mañana es 23 de febrero. El tango decía veinte; pero para algunos y algunas, treinta años tampoco son nada.

domingo, 6 de febrero de 2011

Periodistas


Jerez acaba de acoger el IV Congreso de Periodistas de Andalucía, organizado por la Federación Andaluza de Asociaciones de la Prensa (FAAP). El lema del evento, brillantemente coordinado por María José Pacheco y el resto de la directiva de la Asociación de la Prensa de Jerez, ha sido 'Dignidad, libertad y futuro'.

Considero magnífico que mi ciudad haya sido sede de este foro de comunicadores, y que se hable abierta y públicamente, sin rubor, de conceptos de semejante trascendencia. ¿Se habrán superado por fin aquellos tiempos en los que a los periodistas jerezanos se les presionaba con técnicas y argumentos mafiosos? ¿Nadie escucha al otro lado del teléfono aquello de “te voy a echar de Jerez”? ¿Ya no se estila el “espero que pagues con sangre por lo que has publicado”?

El futuro está ahí: solo es cuestión de tiempo darte de bruces con él. Nos aguarda a todos; en ocasiones, además, sitúa a cada uno en su sitio.

La libertad, como apuntaba en una entrada anterior, es el bien más preciado para cualquier ser humano. Paradójicamente, quien nunca la ha saboreado, jamás la echa de menos.

Y la dignidad... Es curiosa la dignidad. Al contrario que sucede con el futuro y con la libertad, una vez que se ha perdido la dignidad es imposible recuperarla. Además, ¿quién quiere libertad o futuro sin dignidad?

martes, 1 de febrero de 2011

Egipto


Es el viaje. Tiene que serlo, necesariamente. Tal vez haya otros que también puedan trasladarte a otra época y hacerte descubrir una civilización desaparecida. Pero no creo que puedan superar a Egipto. Mi imaginación es incapaz de pensar en otro lugar donde tus cinco sentidos permanezcan secuestrados, empapándose de vivencias que eres incapaz de asimilar, de forma que solo puedes recuperarlos cuando ya no son capaces de procesar tantos estímulos.
Egipto fue un regalo. Y, sinceramente, creo que no soy el mismo desde que me emborraché de luz y de calor al lado de unas piedras que me gritaban desde tiempos perdidos; desde que pude perderme por esas calles de El Cairo que no figuran en las guías turísticas; desde que fui capaz de sobreponerme a tantas y tan diferentes sensaciones.
Llevo días siguiendo los acontecimientos en ese país. Y asisto con cierto temor al pulso de la historia que se construye día a día. No porque desconfíe de la prudencia y la sabiduría del pueblo egipcio (hoy he leído que el lema de la República Árabe de Egipto es "silencio y paciencia, libertad, socialismo y unidad"). Muy al contrario: no me fío del papel que puede desempeñar la comunidad internacional en este proceso. Espero que, finalmente, la diplomacia cumpla su cometido y consiga que los actuales dirigentes de Egipto (el actual dirigente, perpetuado en el cargo desde que siendo niño vi cómo asesinaban a tiros a su antecesor) entiendan que ha llegado el momento: que hasta aquí hemos llegado, y que a partir de hoy los egipcios son dueños de su destino.
Durante mi estancia en ese país, los egipcios con los que pude hablar reclamaban que los países que cuentan con piezas arqueológicas que forman parte de su historia devolvieran tamaños tesoros; ellos no comprendían por qué se les había hurtado ese patrimonio. Entonces, yo traté de explicar que esas joyas no eran exclusivas de la historia egipcia, sino que de alguna manera formaban parte de la herencia cultural de la humanidad. Y que era preferible que estuvieran perfectamente conservadas en Berlín o en Nueva York, antes que ver amenazada su propia conservación en el vetusto y atestado Museo Egipcio de El Cairo.
Hoy agradezco no haber tenido que escuchar pregunta alguna sobre la paradoja que supone que las más prósperas democracias occidentales lleven años conservando fragmentos del pasado de Egipto mientras con su respaldo al régimen de Mubarak condenan a todo un país a la pobreza, a la ignorancia y al sometimiento político. Habrá quien lo justifique merced al necesario equilibrio de fuerzas en un escenario tan caliente como Oriente Próximo, con una importancia estratégica para bla, bla, bla... Pero yo, insisto, agradezco que no se me hiciera esa pregunta. Porque habría sido incapaz de explicar por qué nos importa más el pasado que el futuro. O por qué sentimos que nuestras conciencias están tranquilas por custodiar unos restos de un valor incalculable, mientras negamos a 80 millones de semejantes el más valioso de los patrimonios del ser humano. Aquel que jamás debe ser hurtado a nadie: la libertad.

(La foto que encabeza estas líneas muestra un resto arqueológico en el desierto. Se trata de una corona de piedra con la que algún día se tocó a una imagen de un faraón. Es la corona que simboliza la unión del alto y el bajo Egipto; en suma, el signo del poder absoluto. Efectivamente, coronas más altas han caído)