viernes, 30 de diciembre de 2011

2012


Apenas unas horas quedan para que 2011 se deslice entre los dedos del tiempo. Justo a su ocaso amanecerá 2012, otro año nuevo, una promesa de futuro, una vida aún no hollada.

Siempre me ha sorprendido la subjetividad con la que se percibe el paso del tiempo: cómo un mes de disfrute se pasa en apenas un minuto; y cómo segundos de angustia se prolongan como si fueran años…

En términos generales, creo que 2011 era un año caducado antes siquiera de alcanzar su fecha de consumo preferente: incluso quienes han vivido un ejercicio favorable en lo particular no podrán negar que el balance general, como colectividad, se aleja mucho de lo óptimo. Aunque, como siempre, haya habido pescadores capaces de obtener su ganancia aun a fuerza de ser ellos mismos quienes revolvían el río...

El futuro me preocupa enormemente; me temo que el tiempo de los entusiasmos se ha quedado atrás. Caminamos hacia una sociedad menos libre, más insolidaria y, en definitiva, más pobre. ¿La razón? Hemos consentido que se pervierta el significado y la esencia de las palabras: de las auténticas palabras, las que hicieron las grandes revoluciones y las que daban sentido a la apasionante aventura de construir día a día este mundo…

Los grandes conceptos no se hicieron para los hombres pequeños. Y, por obra o por omisión, hemos dejado el mundo en manos de personajes de una talla más que dudosa.