"España tiene sed de urnas”. Lo ha dicho hoy Mariano Rajoy, el presidente nacional del PP. Lo ha estampado en Sevilla. Ha venido, ha soltado la gracia, se habrá fumado un puro y se ha vuelto a su casa. Y habrá quien le haya aplaudido; quien le haya reído la presunta ocurrencia.
A mí no me ha hecho ni pizca de chiste. Es más, me ha sonado a insulto, a desprecio. ¿Que España tiene sed de urnas? ¿Hoy? ¿No sería durante el casi medio siglo en el que las libertades estuvieron secuestradas por un régimen con el que el partido de Rajoy no ha tenido aún la decencia de romper públicamente? ¿No sería durante el tiempo en que los españoles vivieron sojuzgados por un dictador al que los cargos públicos del partido de Rajoy se oponen a retirar reconocimientos tan ignominiosos en democracia como medallas de oro de municipios o títulos de ‘alcalde honorario o perpetuo’?
Señor Rajoy: España no tiene hoy sed de urnas. Porque, parafraseando esa canción que tan poca gracia hacía a quienes no les gustaban las urnas, “sin duda las habrá”. Por fortuna para todos, también para usted.
Pero Andalucía sí tuvo sed. Y hambre. Durante muchas décadas. Cuarenta largos años en los que estuvo condenada al subdesarrollo: precisamente, el mismo tiempo que le costó recuperar el derecho a utilizar las urnas.
(Ignoro si los dirigentes del PP como Mariano Rajoy o Javier Arenas sienten, en lo personal, sed de urnas o de cualquier otra cosa. Pero, a juzgar por la foto que encabeza esta entrada, mucha hambre no pasan)