Seguramente, para el común de los mortales, no tendrá la mínima importancia. Pero, para mí, hay un momento mágico en todos y cada uno de los días laborables: aquel en el que me asomo al buzón en busca de no sé qué.
Para aquellos cuya edad les aleje de la tradición epistolar en la que uno echó los dientes, debo aclarar que el buzón no es esa suerte de contestador automático que llevan incluidos los teléfonos móviles; se trata de una especie de cajetín que suele servir de ornato de portales de comunidades de propietarios (generalmente, frente al ascensor) o de una ranura que se abre como una rendija a lo desconocido en los muros de los unifamiliares.
Desde pequeñito, antes incluso de conseguir copia de la llave de la puerta del domicilio familiar, uno anhelaba hacerse con la del buzón. Tal vez era porque el del piso de mis padres, el segundo derecha, estaba situado en la parte superior de los cajetines; y porque llegar a él debía significar necesariamente haber alcanzado una cierta estatura. Fuera o no por eso, uno abre día tras día su buzón como si de desenvolver un paquete envuelto en papel de regalo se tratase, sin tener en cuenta que, por lo general, su interior no guarda nada digno de especial mención.
Porque, en realidad, más allá de folletos promocionales y de cartas del banco, el buzón sorprende más bien poco. Tanto que, llegando el mes de agosto, uno va echando en falta el cheque regalo de Cortefiel; de la misma forma que hace un seguimiento de la puntualidad de la felicitación o la tarjeta navideña de Isidoro Álvarez (hay que ver qué hombre más cumplido, con lo que debe de ser El Corte Inglés y la de preocupaciones que tendrá en la cabeza...)
Total, que hoy he vuelto a abrir mi buzón a mi regreso a casa. Con la misma expectación. He recogido varios papeles de su interior que he ojeado rápidamente y sin demasiado entusiasmo mientras esperaba al ascensor. Ya dentro de él, me he dado cuenta. Hoy ha sido el día. En un primer momento, no he caído. Porque sólo veía mensajes inconexos, de diferentes colores, tamaños y procedencias. Pero, después, lo he visto claramente. Joder, hoy me ha escrito la crisis.
O, por lo menos, hoy he recibido sus mensajes. Así, de golpe. Y juro que son reales, como la vida misma.
Primero en el ascensor y después en mi humilde morada, he repasado el contenido de la valija: un papelito de un asador (de esos establecimientos en los que se elabora comida para llevar) de una popular barriada; un reclamo publicitario de una promoción de chalés; un tríptico 'seudorreligioso' de los que pensaba que ya no se veían por el mundo; y un libelo político que pretende ilustrar sobre el despilfarro del Gobierno local de Jerez y que apenas logra poner de manifiesto lo miserable que puede ser el ejercicio de una actividad tan noble como la política.
Voy a lo que voy:
El Asador La Granja dispone de cinco menús diferentes (uno distinto para cada día, de lunes a viernes) que aseguran la nutrición de una unidad familiar estándar por sólo 11,50 euros. La fórmula no soluciona el problema de los fines de semana, aunque hay una amplia oferta a la carta; y supone un seguro aborrecimiento del pollo asado pasados unos días de dieta. Pero, en sí mismo, representa un magnífico ejemplo de cómo se puede capear la crisis con nota desde el punto de vista gastronómico (máxime cuando la alternativa no se convierte en costumbre), a la vez que pone de manifiesto el ingenio comercial de quien está detrás de la iniciativa.
La urbanización Doña Petra ("excelente situación en La Pinaleta, junto a la playa de La Barrosa, y a tres minutos del casco urbano de Chiclana") ofrece "el chalet de sus sueños" con "jardín propio en cada vivienda" y "mínima entrada". Segunda visión de la crisis: el chalé de sus sueños con mínima entrada... Pues vaya. Lo que uno desearía, y lo que en el fondo sueña, es poder comprarse la madre de todos los chalés sin preguntar siquiera el precio, en plan David y Victoria pero siendo normal. Todo lo demás es un quiero y no puedo, aunque seguro que los chalés son del carajo de la vela, que los promotores se lo están currando para tratar de dar salida a su 'mercancía', y que en el fondo sólo me mueve la envidia porque por más mínima que sea la entrada...
¿Está la cosa mal? Yo no pensaba que tanto. Bien, bien, tampoco está; y lo sé. Pero como para recibir un mensaje que diga "¡Lleve a María en su corazón, como Ella lleva a su Divino Hijo y a Ud.! Nuestra Señora prometió que 'todas las personas que lleven la medalla al cuello, con fe, recibirán gracias abundantes'. Basta llevar a María en el corazón, como Ella lleva a su Divino Hijo. Eso fue lo que pidió a Santa Catalina Labouré, cuando en 1830 le dijo que mandase acuñar una medalla en que figurase la aparición (...) Pida, hoy mismo, el librito con la historia de la medalla milagrosa y recibirá gratuitamente una medalla plateada (...) El precio total es de 4,95 euros, incluidos los gastos de envío. No es necesario que envíe el dinero ahora". Digo que pensaba que la cosa no estaba tan mal... pero la Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima (autora y firmante del aquí referido folleto) parece aventurar una crisis espiritual de impresión. Aunque, por menos de la mitad de un menú que incluye por ejemplo un pollo, unas patatas y un picadillo de la casa, se puede conseguir "el librito con la historia de la medalla milagrosa" y "una medalla plateada" que garantiza que "todos los que la usen con confianza recibirán gracias abundantes", lo que en estos tiempos que corren no es moco de pavo.
Precisamente en estos tiempos de al parecer necesario ecumenismo, mi buzón me ha sorprendido además con otro papelillo (creo que en el argot publicitario se llama 'flyer'). Viene firmado por una formación política que se autodenomina Partido Socialista de Andalucía. Probablemente, ésa sea la única verdad que recoge en su contenido. A decir verdad, esperaba más de los creativos del PSA; tanto en la forma como en el fondo. Más bien burdo. Y bastito, cuando nos tenían acostumbrados a trabajitos finos, a recreaciones virtuales y a la biblia en pasta. La crisis parece haber llegado también al mundo de las ideas. ¿O es sólo cuestión de dinero?
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