sábado, 17 de julio de 2010

Pedales

Leí la noticia hace un par de días. La National Highway Traffic Safety Administration (algo así como la DGT yanqui) investiga más de 70 accidentes mortales ‘protagonizados’ por vehículos fabricados por una firma japonesa. Al parecer, uno de los principales problemas que acuciaban al constructor (que ha debido revisar más de ocho millones de unidades en todo el mundo) era que esos siniestros se hubieran producido por una ‘aceleración involuntaria’ causada por un fallo en los componentes electrónicos.
Sin embargo, a tenor de una información publicada por The Wall Street Journal de la que se han hecho eco diversos rotativos europeos, las conclusiones parciales de esa investigación revelan que sólo uno de los 75 accidentes en cuestión tuvo como causa probable algún problema en la fabricación del vehículo. Dicho de otro modo, en el 98,67% de los casos, el accidente mortal se debió a que los conductores pisaron el acelerador cuando debieron haber accionado el freno.
Dejando a un lado el caso en sí, observo el episodio casi como si se tratase de una fábula sobre el reparto de responsabilidades. Un reparto que es contundente en su exigencia al conductor respecto al vehículo; de la misma forma que lo sería hacia el director sobre los miembros y las partes de la orquesta; al entrenador por encima de cada uno de los futbolistas; al líder más allá del cuerpo social o de la masa.
En muchas ocasiones, las organizaciones cuentan con un embrague magnífico, con un ordenador de a bordo impecable y con un sistema de regulación del ABS a prueba de bombas. Todos ellos, gracias a los avances en el diseño y en la calidad de los componentes, a la apuesta por la ID+T, a las repetidas pruebas y ensayos en materia de seguridad, a las oportunas revisiones que periódicamente se realizan al ‘ingenio’ que suma y da pleno sentido a la unión de todas las piezas, forman una máquina casi perfecta. Un prodigio de la técnica que, por desgracia, sólo vale para matarse si quien debe conducirlo se duerme al volante; o, simplemente, no es capaz de distinguir el freno del acelerador.

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