Una muchacha neozelandesa ha sacado el culo a subasta por
internet. Ella dice que estaba muy agobiada, que había perdido el empleo hacía unos
meses y que no se le ocurrió otra salida que convertir su trasero en un negocio
y permitir que, tras el oportuno paso por caja, fuera iluminado.
Aquí, en España, estamos en las antípodas de Nueva Zelanda. En
las geográficas; y también, por lo que se ve, en lo que afecta al espíritu
emprendedor de nuestro excedente de mano de obra. Cinco millones de parados y
ni una sola vocación de emborronarse las posaderas… Y no será porque no parece
rentable: la atribulada neozelandesa ingresará algo más de 9.600 euros por
convertir su culo en un grafiti.
Parafraseando
a Clint Eastwood travestido de Harry Callahan, los culos son como las
opiniones: todo el mundo tiene el suyo. Por tanto, lo que haga con sus asientos
debe ser asunto de cada cual. ¿Y si todos quienes han perdido el trabajo siguieran
el ejemplo de esta muchacha? Pues se crearía empleo, claro. Al menos en el
noble gremio de los tatuadores del Reino de España, que no darían abasto ante
un mercado potencial de diez millones de nalgas. Esa es, al menos, mi opinión.
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