Ha sido como volver a la infancia, a aquella clase de
párvulos en la que una educadora (?) me cogía del pelo del cogote y me llevaba
así, a rastras y con las puntas de mis pies apenas rozando el suelo, hasta el lugar
donde su capricho decía que debía colocarme. Por un momento he sentido que algo
me rozaba el cabello detrás de la oreja y me he puesto de pie de un salto, tratando
al tiempo de apartar con enormes aspavientos esa mano amenazadora que parecía regresar
del pasado.
Acababa de escuchar en la radio que el Rey ha escrito una
carta, que al monarca le ha dado por sentarse ante un ordenador y liarse a pegar
teclazos para después ‘colgar’ lo escrito en su página web. No ha pasado ni un
segundo y ya he notado a mi espalda una presencia inquietante. Esa presencia,
que en realidad resultó ser ausencia, me ha levantado inmediatamente de la
butaca para llevarme frente a mi portátil. Allí, dejado caer en la silla, casi
atrincherado, me he quedado paralizado un rato mientras el aparato se decidía a
arrancar, a la espera de recibir uno de aquellos tirones.
Debe de ser el subconsciente. O la consciencia de que este
blog lleva abandonado meses y que, por más que me lo he planteado veces, no he
sido capaz de volver a mirarle a la cara. Pero hoy no. Hoy no he osado
resistirme y aquí me encuentro, aún con la cabellera intacta y tratando de
responderme a una pregunta. ¿Cómo es posible que el Rey, con el liazo de los
asuntos de Estado, las cuestiones diplomáticas, los líos del yerno y la niña, el
serio riesgo de encontrarse de nuevo con Chávez en la próxima Cumbre
Iberoamericana de Cádiz…, con todo eso y con más, sea capaz de sentarse a
escribir una entrada en su web y yo tenga mi blog absolutamente abandonado?
Seguramente, el Rey no sepa que esto de escribir en blogs y
páginas web engancha, pero más que nada al principio. Ahora mismo no lo sabe,
claro, pero después de la emoción del primer momento, le pasará como a mí y le
vencerá la pereza. Porque no se trata de una manera fácil. Antes que nada, hay
que saber imponerse a la comodidad. Y aun después, tener un buen día. De lo
contrario se corre el peligro de dar vueltas y más vueltas a las palabras sin
contar nada, como estoy haciendo yo hoy. O de ir tan directamente al grano que
se líe parda, mérito que de manera casi unánime se reconoce hoy al primero de
los españoles.
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