jueves, 30 de julio de 2009

El miércoles fue domingo

Hace unas horas, un par de descerebrados (que con el apoyo de cuatro seres repugnantes que responden a intereses de ocho renegados que obedecen a dieciséis mafiosos que están instalados en un régimen de extorsión que sostiene a treinta y dos tiparracos que, con el apoyo de sesenta y cuatro estómagos agradecidos, insisten en sustituir la legitimidad de los votos por la fuerza de las esquelas), ha sentido el ‘peso de la historia’ como elemento necesario para la liberación de Euskal Herria y se ha visto ‘políticamente obligado’ a volar una casa cuartel de la Guardia Civil. Y, en consecuencia, a causar una escabechina de proporciones afortunadamente desconocidas.
En el ‘mundo civilizado’, tal acción sólo puede nacer de un demente que actúe ‘a título individual’ en Wisconsin o Alabama; o de una organización multinacional que sea considerada una amenaza global independientemente de que actúe en Londres o en El Cairo. Pero ha sucedido en Burgos. Bueno, no ha sucedido como lo habían planeado. Sólo hemos estado a punto de vivir una tragedia. Gracias a quien sea, nos hemos librado por un pelo.
Más allá de lo políticamente correcto, mi intelecto encuentra dos serias dificultades para asimilar este tipo de situaciones al que algunos nos someten cada cierto tiempo con sus capuchas, sus pistolas y sus detonadores: una viene de la mano de los constantes y reiterados mensajes referentes a la necesaria unanimidad de los demócratas y a la firmeza del estado de derecho (como si hubiera que destacarlo, a estas alturas del partido); la otra nace de mi eterna duda acerca de si cualquier país de nuestro entorno (el de las democracias occidentales, nada menos) soportaría una constante extorsión como ésta, tras cuatro décadas de hemorragia y mil muertos en el camino.
Este país llamado España se ‘refundó’ con motivo de la aprobación de la Constitución de 1978. Y lo hizo utilizando un traje ancho de sisas, dejando abiertas muchas de las cuestiones ‘calientes’ que le acecharían en el futuro inmediato; precisamente, a la espera de que esa senda del diálogo continuara dando unos frutos que en determinados lugares no se han dejado madurar en nombre de un nacionalismo tan trasnochado como ridículo. El mismo que ha optado durante años por esperar a que las ondas expansivas movieran las ramas y así se pudiera recoger unas nueces doblemente amargas, tanto por su falta de madurez como por haber nacido de una tierra no solo regada con agua.
Tres décadas más tarde, alguien ha cargado una furgoneta con los explosivos necesarios para derribar un edificio en el que dormían 40 niños y más de 70 adultos; lo ha aparcado junto al inmueble y se ha largado, a la espera de que pasara lo que finalmente no ha sucedido. Esta vez nos hemos librado; pero sólo es domingo un día a la semana…

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