jueves, 30 de julio de 2009

Hoy somos dos menos

Ea, al carajo. Ya lo han conseguido. ETA ha asesinado a dos personas. Eran dos jóvenes guardias civiles; pero podrían haber sido dos prejubilados de Telefónica, una pareja de enamorados de Badajoz o un par de tipos que celebraban que uno de ellos había sacado unas oposiciones a auxiliar administrativo en un ayuntamiento de La Rioja.
Anoche escribí una entrada que se me ha atragantado en cuanto he conocido la noticia del asesinato de estas dos personas en Mallorca. Anoche pretendía reflejar que solo la suerte evitó una verdadera tragedia el miércoles en Burgos. Paradójicamente, una de las personas asesinadas hoy había nacido en esa ciudad castellana; y no creo que sus padres compartan conmigo mi lamentable teoría de que el azar nos libró la víspera de una hecatombe de proporciones históricas. Ellos serán ya la familia mil y pico (como la de su compañero nacido en Navarra) que todas las Navidades tendrá una silla vacía gracias a una banda de indeseables.
Hoy me apetece desnudarme; hoy que dos personas han sido reventadas por la metralla; hoy que no siento pudor, porque no cabe sentirlo si dos semejantes se han dejado las entrañas sobre el asfalto. Hoy, sí, porque quiero contar dos historias que me tocaron de cerca. Una la viví en primera persona. Otra la conocí muchos años después de que sucediera. La primera me tiene a mí como testigo; más bien ciego pero testigo: sucedió al volver del colegio con un compañero que vivía un número más allá que yo. Teníamos como unos 10 años. Cuando estábamos casi a la altura de mi portal escuchamos un sonido seco al que no dimos importancia; supongo que estaríamos hablando de nuestras tonterías. Rondábamos los diez años. Recuerdo cómo vimos llegar corriendo desde el portal de mi amigo a uno de mis vecinos, que nos metió a toda prisa en el edificio. A apenas 20 metros de allí, un libertador de la patria vasca había decidido volar la cabeza a un ex militar mutilado. Hoy, ni siquiera recuerdo el nombre de aquella persona. Creo que nunca lo supe, pero me parece que he encontrado la noticia de su asesinato (deduzco que no acierta con el número del portal). Lo que no he olvidado jamás fue el dispositivo policial bajo mi ventana, los nervios de mi madre, su llanto desconsolado, sus abrazos nerviosos; y la falta de hambre una vez pasadas muchas horas, a pesar de que la pobre mujer fue incapaz de acercarse a la cocina y ni siquiera de pensar que alguien tuviera cuerpo para probar bocado.
La segunda historia que me apetece reflejar hoy tuvo como protagonista a mi padre. Bueno, a mi padre y a los amigos que compartían esa costumbre tan vasca de cerrar la jornada laboral con una ronda de chiquitos por un rosario de bares. La pandilla (allí estos grupos de amigos suele denominarse 'cuadrilla') solía hacer un recorrido por una serie de locales 'fijos' en el vía-crucis diario. La cosa fue que, al entrar en uno de ellos, el camarero les sorprendió sacando una botella de cava y diciendo más o menos que ese día no había tinto, que sólo tenían champán y que invitaba la casa: según me contó años después un amigo de mi padre, habían caído cinco o seis agentes de Policía o de la Guardia Civil. Siempre según su relato de la historia, mi padre (que tal vez no atesoraba entre sus múltiples virtudes el arrojo de la legión extranjera pero sabía que cada cual pone precio a su dignidad) tornó grave su gesto, miró a sus compañeros, dirigió sus ojos al tipo de la barra y sólo acertó a espetarle "buenas noches" antes de girarse y dirigirse a la puerta, seguido de sus colegas. Jamás volvieron a pisar ese bar.
Hoy, una banda de indeseables ha conseguido el maldito milagro de que un domingo sea seguido de un jueves. Y ha acabado con la vida de dos personas, jodiéndosela además a decenas de ellas. Mañana tocan las concentraciones. Y habrá que estar, por más que crea que no sirven para nada excepto para que quienes buscan notoriedad consigan la movilización de miles o de millones de personas; en su contra, sí, pero movilizaciones al fin y al cabo que son fruto de una agenda marcada por quienes tienen las bombas y las pistolas.
Yo iré mañana, sí, como he ido otras veces, venciendo mi escepticismo y haciendo de tripas corazón. Por el pobre hombre al que le volaron la cabeza cuando volvía del cole; por mi padre y sus colegas; y por los padres y los colegas de los dos semejantes que mañana no podrán acudir a ninguna concentración. Por todos nosotros, en suma.

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