jueves, 25 de junio de 2009

No vale todo

Hace unos días, mi buen amigo Salvador León dedicaba una de las últimas entradas de su blog a Antonio Saldaña, secretario general del Partido Popular de Jerez. En realidad, Salva recurría a su habitual brillantez para poner en solfa una tribuna libre publicada por Saldaña en la prensa local; un artículo que, por lo que me dicen quienes conocen al secretario general de los populares jerezanos, no está a la altura de su verdadera talla; un artículo que supone un seguidismo de viejos discursos que han recibido en reiteradas ocasiones el castigo de los electores; un artículo que apuesta por la crítica fácil y por la crispación como armas de una estrategia política en la que no tienen sitio las propuestas a la ciudadanía; un artículo que parece responder a los estereotipos más carpetovetónicos de la derecha del loden y el sombrero tirolés; y un artículo, en suma, que da a entender que todo vale antes de que las prisas por obtener un resultado electoral positivo se traduzca en auténticas angustias.
El PP está en campaña. Creo que lo está de forma permanente y en todos sus niveles: desde la estructura de Génova que tiene su vista puesta en el Palacio de la Moncloa hasta su último grupúsculo al acecho de las pedanías del más recóndito de los municipios. Y, echando un vistazo más o menos detenido, llego a una conclusión muy sencilla. En aquellas instituciones que gobierna, el PP se esfuerza por aparecer como la gran y única esperanza (como si los entes gestionados a la sombra de la gaviota fuesen islas florecientes en medio del proceloso océano azotado por la crisis económica). Como consecuencia, se produce el correspondiente ninguneo del resto de Administraciones de otro ‘color’ político (con una actitud que roza la falta de respeto institucional) y la arrogación de todas aquellas iniciativas, proyectos y realizaciones que provengan de otros ámbitos. El modelo ‘de libro’ para quien lo quiera estudiar en profundidad está a muy poquitos kilómetros de aquí: en Cádiz, la ciudad cuna de las libertades constitucionales y hasta hace no mucho conocida por su espíritu crítico. Espíritu al que también parece haberle afectado la carestía de la vivienda de la capital, con lo que ha debido mudarse a alguna otra localidad del entorno de la Bahía.
Pero, ¿qué sucede donde el PP pretende conquistar el poder? La estrategia ha quedado de manifiesto en la campaña de las pasadas elecciones europeas y, día a día, se reitera en la tarea de oposición de los distintos grupos municipales populares. Se trata de mantener instalado en el más español de los cabreos tanto a su electorado tradicional y consolidado como a quienes ocasionalmente han flirteado con sus siglas; de esta forma consiguen una especie de movilización permanente, a la espera de que se publique la convocatoria electoral en cuestión. Pero la aritmética electoral del PP no solo cuenta con tener permanentemente mosqueados a varios millones de compatriotas; pasa también por desilusionar al electorado del PSOE. ¿Y cómo? Usando argumentos tan falaces como peligrosos, algunos de ellos ligados al descrédito de las personas que se dedican a la política (curiosamente, muchas de ellas mujeres; y mujeres jóvenes); al supuesto desmedido enriquecimiento de quienes desarrollan esta actividad; a la incapacidad de nuestras instituciones para gestionar con garantías asuntos de trascendencia universal como la crisis económica o la gripe porcina pero que parecen responder exclusivamente a la incapacidad de nuestros gobernantes… En definitiva, presentando a quienes deben ser los adalides de la eficacia y la honestidad como una pandilla de advenedizos incompetentes cuyo único objetivo es llenarse los bolsillos a costa de los contribuyentes, haciendo apostasía de su compromiso con los parias de la tierra.
Personalmente, creo que no les dará resultado. Porque es una maniobra demasiado burda. Y porque se apoya en presupuestos falsos. Pero, más allá del rendimiento que esa estrategia pueda acarrearles (a medida que se acerquen las citas electorales, la presión sobre las personas y las instituciones se irá haciendo más intensa y pasará de lo evidente a lo obsceno), me preocupa que ‘de verdad’ valga todo. Porque no debe valer. Ni siquiera debe pensarse que pueda valer. Porque de lo contrario el propio sistema estará en serio riesgo.
Hoy he leído una entrada del blog de Lidia Menacho, joven concejala del Partido Popular en el Ayuntamiento de Jerez, que ha elevado hasta la zona roja mi nivel de preocupación por lo perverso que puede volverse el debate político cuando se abandonan los principios que deben sustentarlo. Lidia Menacho, en su blog, mete palito en candela al hilo de determinadas críticas al jefe del Cesid, el servicio de inteligencia español, y hace un gazpacho incomestible que además puede resultarle muy indigesto. Quiero pensar que se le ha escapado, que se trata de un calentón derivado del exceso de celo en su seguidismo de las consignas de sus mayores, y de las ganas de arrearle a Zapatero y a la ministra de Defensa una patada en el culo del jefe de los espías, a los que compara con Mortadelo y Filemón.
Porque Lidia Menacho, una representante de los ciudadanos y ciudadanas de Jerez, que forma parte de las listas de un partido político que se autodenomina democrático y constitucional, dice en su blog: “No nos bastó con los GAL, ese terrorismo de Estado que todos los países hacen pero que en España pasa a las portadas de los periódicos de lo chapucero que es todo”. Me encanta la preocupación por la chapuza, porque España es un país moderno que no merece seguir padeciendo el sambenito del chapú. Ahora bien, como español y como demócrata, agradecería que no se jugase con determinadas cosas. Porque el GAL no fue una chapuza sino una trama terrorista; y como tal, sus miembros purgaron sus delitos. No por ser una cuadrilla de zarpas sino por secuestrar, extorsionar y asesinar. Y me importa un comino si en otros países se mira para otro lado cuando se hacen esas cosas, como ella asegura que sucede a lo largo y ancho del mundo. En mi país, no lo consiento. Y me gustaría que los concejales de mi pueblo, incluidos los del PP, pensaran como yo.

viernes, 19 de junio de 2009

De nuevo


De nuevo, los discursos sobre la madurez de la sociedad española. De nuevo, las alusiones a la necesaria firmeza democrática. De nuevo, las viejas retahílas acerca del implacable peso de la ley y del Estado de Derecho.
De nuevo, las promesas sobre el cada vez más cercano final de los violentos. De nuevo, la efímera unidad de los partidos políticos. De nuevo, los comunicados de solidaridad con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. De nuevo, las concentraciones silenciosas que no acallan al estruendo de las bombas.
De nuevo, un ser humano asesinado. De nuevo, una familia destrozada. De nuevo, un país que sigue desangrándose. De nuevo, el fuego y los gritos; el dolor y el llanto; la impotencia y el asco. De nuevo.

(El inspector de la Policía Nacional Eduardo Puelles García, de 49 años, ha sido asesinado hoy por la organización terrorista ETA en Arrigorriaga, cerca de Bilbao. Hacia las nueve de la mañana, una bomba-lapa colocada en el vehículo del agente ha explotado y ha segado su vida. Eduardo Puelles García, que había nacido en la localidad vizcaína de Barakaldo, estaba casado y tenía dos hijos)

martes, 16 de junio de 2009

Menos humos

Lo siento por algunas personas; por aquellas que tienen un serio problema de dependencia. Pero poco más. Por todo lo demás, me alegro enormemente de la decisión del Gobierno de subir los impuestos que gravan al tabaco. Y me da igual que la razón de fondo no nazca únicamente de un criterio sanitario sino de esté acompañado de una necesidad económica, como es “reforzar la sostenibilidad de las cuentas públicas”. Gato negro o gato blanco, el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (una especie de consejo de sabios que reúne a un buen número de sociedades científicas y profesionales de la medicina) asegura que la subida del precio del tabaco se ha revelado tradicionalmente como la medida más efectiva tanto para provocar el abandono de ese hábito como para evitar que los más jóvenes se ‘asomen’ al mundo del tabaco.
Al menos eso ha recogido hoy Europa Press en un teletipo que cita un comunicado en el que esa entidad afirma que España sigue teniendo el tabaco más barato entre los 15 ‘socios’ más ricos de la Unión Europea; un comunicado en el que, además, el CNPT aboga por que los precios se acerquen a los niveles de otros países europeos para conseguir una adecuada ‘desincentivación’ del consumo.
A comienzos de año, leí la guía de ayuda para dejar de fumar elaborada por el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo. Y ya llevo más de cinco meses sin catar un cigarrillo. Si fuma, échele un vistazo. Aunque sólo sea por la necesidad económica de ‘reforzar la sostenibilidad de sus cuentas domésticas’.

lunes, 15 de junio de 2009

Sociedades 'ilimitadas'

Me he borrado del fútbol. Ya no me interesa. Lo seguiré, sí, a distancia; como las elecciones en Georgia. Pero, desde luego, nada de sufrir por los colores. Por más que el Xerez Deportivo haya protagonizado un histórico ascenso a Primera que provocará que en Chapín pueda verse el mejor fútbol del mundo (con permiso de la Premier), lo cual trataré de disfrutar en lo posible; y por menos que el Alavés, el equipo de mi infancia, haya descendido al abismo de ‘la segundabé’, con lo que espero que ejerza como tuerto aventajado en el país de los ciegos tuercebotas…
Pero me he borrado del fútbol. Viene esto por el último fichaje del Real Madrid (a los dos últimos en realidad, aunque el más reciente ha sido la gota que ha colmado el océano), un muchacho portugués por el que se va a pagar cerca de 100 millones de euros y que, según dicen, se embolsará anualmente nueve kilos de euros libres de polvo y paja fiscales.
Porque el caso de Cristiano Ronaldo ha acabado de sacarme de quicio. No ya desde el punto de vista con el que algunos han analizado este episodio, enormemente criticado por lo que supone de dispendio en un contexto generalizado de crisis económica sólo comparable en sus colosales dimensiones a un cataclismo de valores sociales que, me temo, antes o después nos va a arrastrar al más oscuro de los abismos. No, no van por ahí los tiros, simplemente porque creo que cada cual tiene derecho a invertir el dinero como mejor le parezca; y porque, además, estoy seguro de que la ‘operación CR’ será enormemente rentable, desde el punto de vista económico, para sus impulsores: derechos de imagen, venta de camisetas, televisiones, ‘bolos’ de verano, merchandising... Y, supongo, algún título deportivo que otro, lo cual también cuenta con una traducción más o menos directa al plano monetario.
Mi hastío no nace de nada de esto. Muy al contrario, responde a lo que considero la definitiva conversión de un deporte como es el fútbol en un negocio sólo apto para quienes disponen de crédito ilimitado ante las entidades financieras. Si el deporte se convierte en una simple operación empresarial, ¿qué sentido tienen las aficiones, el amor a unos colores, las tardes de domingo de cabreo, los sanos piques con los colegas por quítame allá un fuera de juego…? Ninguno, creo yo.
Porque me temo que nadie es de Endesa porque iba de la mano de su papá a pagar el recibo de la luz; ni siente los colores del Banco de Vizcaya (o del BBVA, como se denomina hoy tras toda una serie de fusiones y absorciones) por el pundonor que le echaba aquel apoderado de la oficina de su pueblo; ni persigue los lunes a los compañeros de para meterse con ellos por el mal cierre semanal de las acciones de Inditex; ni, viajando por los confines del mundo, se emociona uno al ver a alguien con un móvil con el logo de Telefónica, se funde en un abrazo con esa persona y ambos acaban libando unas cervezas, cantando a pulmón un supuesto himno y rememorando tardes de gloria del Ibex o de la inolvidable expansión de la compañía por Sudamérica…
Creo que nos estamos cargando el fútbol, si no nos lo hemos cargado ya. Al menos, ese fútbol que yo conocí. Como tantas cosas.

miércoles, 3 de junio de 2009

El interés humano

El periodismo es una vocación-profesión que imprime carácter. Incluso podría ser correcto considerar lo contrario: que cierto carácter que uno lleva marcado a fuego le lleva a ser periodista. ¿La gallina o el huevo? No disipo mis dudas. Ahora bien, cada día que pasa tengo más claro que el periodismo está caro; carísimo, diría yo. Y no me refiero a las dificultades que pueden encontrase para un ejercicio decente de la profesión demasiado trufado de presiones políticas, intereses empresariales, conveniencias editoriales y, para acabar de liarla, compromisos personales.
No. Como periodista tengo claro que lo que más me importa es contar historias. Historias de verdad, historias sinceras en el pleno sentido de la palabra, historias de personas, historias que lleguen a la gente y que le hagan verse reflejada en sus protagonistas, en sus contextos, en sus circunstancias… E intuyo que la generalidad de mis convecinos también pretenden eso por encima de cualquier otra cosa. Quiere asomarse al mundo a través de nosotros: al inabarcable mundo de la ruta de la seda, las migraciones del Serengeti y el difícil ‘equilibrio’ en Oriente Próximo; y al pequeño gran mundo de su ciudad, de su barriada y de su vecindario.
Por ello, desconfío de mis colegas que se empeñan en hallar griales en forma de escándalos políticos, de tramas de corrupción económica o de amoríos y escarceos nocturnos. Mi profesión, mi bendito oficio, sólo consiste en contar historias. Ese mismo motivo me lleva a recelar de aquellos colegas que tratan de convertirse en cómplices o en cooperadores necesarios de la actualidad, cuando no en protagonistas de la misma. En realidad, es muy simple: hay que contar historias. Y tratar de hacerlo de la mejor forma posible. Y ay, amigo, eso complica enormemente la tarea, porque no todo el mundo tiene el talento ni la capacitación para juntar letras o dibujar imágenes; y menos aun intentando que unas y otras mantengan, al menos hilvanado, un discurso argumentado o una sucesión de pensamientos.
Pero eso, intuyo, tiene que ver con la forma de ser de cada uno; de cómo entiende su oficio y de qué espera de sí mismo, tanto en lo humano como en lo profesional. Y hoy no quiero hablar de eso. Pretendo centrarme en lo que mantenía al comienzo de esta entrada; en contar historias. En este caso se trata de una dramática, diría que extremadamente dura; de ésas que te hacen dudar de la legitimidad de tus miopes motivos para quejarte de tu asquerosamente afortunada existencia.
Es una historia que he encontrado en El Mundo. Como tantas otras, que jamás abrirán un periódico ni un informativo. Pero cuyas puntadas casi revientan en cada línea; porque son incapaces de retener tanta dosis de un concepto periodístico tan difícil de explicar en lo teórico como sencillo de entender cuando se pincha el enlace que cierra esta entrada: el interés humano.

Un buen dato para un mal día

Más de 400 personas. O, también es cierto, menos de quinientas. Medio llena o medio vacía, la realidad de la botella del desempleo en Jerez indica que el pasado mayo se cerró con 456 desempleados menos que abril. Después de meses de constante alza del número de demandantes (una circunstancia común al conjunto de Andalucía, de España, de Europa, y me atrevo a decir que de todo el mundo), por fin un buen dato en este reducido pero significativo índice de medición tanto de la salud como de la sensación subjetiva con la que el paciente asiste a la evolución de su enfermedad. Una enfermedad a la que ningún experto ha restado gravedad, dicho sea de paso.
Maestros tiene la iglesia, y no seré yo quien analice las peculiaridades del tejido productivo ni del mercado laboral de esta ciudad. Tampoco podría descubrir nada nuevo, porque mi impresión coincide sustancialmente con los análisis que viene realizando el Ayuntamiento. Pero considero de una extraordinaria importancia este torniquete en forma de estadística. Porque no sólo el fútbol, sino la economía y la propia manera de afrontar la vida, es un estado de ánimo. Y, por más esfuerzos que infinidad de personas que conozco, valoro y aprecio han venido realizando durante muchos meses de encomiable dedicación profesional y de una implicación que va mucho más allá de lo moralmente exigible, la situación no estaba por reconducirse. Por ello, sería un error echar hoy las campanas al vuelo.
Un error de interpretación aritmética, sí; un error estratégico-político, también; pero, además y fundamentalmente, un error desde el punto de vista humano. Porque esta ciudad (los números absolutos son, lógicamente, más destacables en ámbitos geográficos superiores; y, por otra parte, se prestan a interpretaciones ligadas a la oportunidad, al clima de confianza y a las propias distorsiones que introduce un sistema demasiado acostumbrado a coquetear con la dudosa rentabilidad cortoplacista de la economía sumergida) sigue manteniendo del orden de 26.000 personas que continúan sin ver satisfecha su demanda de lograr un empleo. Siete mil más que hace un año, según me apuntan.
Pero no seré yo quien supere al Papa en el ranking de papistas. Por las mismas que tampoco me apostaría una cena yendo un milímetro más allá de las palabras del ministro de Industria. Es más, me gustaría poder estar en condiciones de liarme a jugarme ágapes con mis amiguetes manteniendo sus mismas predicciones de que los datos del paro son un indicador evidente de que la crisis empieza a estar pasada de moda: pero él debe saber algo que yo ignoro…
Sin embargo, la atención a las frías estadísticas impide apreciar la realidad que sus números reflejan. Y no me refiero a esa vieja paradoja que concluye que si una persona se come un pollo entero y otra se ve obligada a ayunar por completo, ‘estadísticamente’ cada una de ellas habrá dado buena cuenta de la mitad del bicho. Muy lejos de todo eso, estoy hablando de la frialdad de las tablas, de lo acostumbrados que estamos a las sucesiones de números que nos alejan de las circunstancias vitales que se empeñan en ocultar: tanto de las personas que precisan un trasplante como de quienes fallecen fin de semana tras fin de semana en accidentes de tráfico.
Porque, después de años de caída en picado de la siniestralidad, nuestras carreteras siguen cobrándose la vida de cientos y cientos de personas; y porque miles de compatriotas aguardan a que les llegue un órgano que les conceda una cierta esperanza de vida, justo en el país con un mayor índice de ‘generosidad post mortem’ del mundo… Y eso, teniendo en cuenta que ambas realidades presentan una cierta evolución ‘amable’ de sendos dramas sociales. ¿Qué decir entonces de las estadísticas que, a excepción hecha de la que hemos conocido hace unas horas, continúan hablando de personas y familias que pierden sus empleos?
Hoy un día en el que más de 400 jerezanos y jerezanas (menos de 500, también es verdad) han encontrado trabajo, he sabido que alguien a quien conozco personalmente y aprecio profesionalmente ha perdido su empleo. Cincuenta y pico años; de profesión, parado.
Ni siquiera es de Jerez, pero a mí los números y las estadísticas se me han caído encima de repente. Las matemáticas siempre me parecieron para personas que llevaran un montón de bolígrafos en el bolsillo de la camisa. Y me hice de letras. Como consecuencia, hay muchas cosas que me cuesta entender, claro. Entre ellas, las estadísticas. Y, especialmente, la del medio pollo.