miércoles, 3 de junio de 2009

El interés humano

El periodismo es una vocación-profesión que imprime carácter. Incluso podría ser correcto considerar lo contrario: que cierto carácter que uno lleva marcado a fuego le lleva a ser periodista. ¿La gallina o el huevo? No disipo mis dudas. Ahora bien, cada día que pasa tengo más claro que el periodismo está caro; carísimo, diría yo. Y no me refiero a las dificultades que pueden encontrase para un ejercicio decente de la profesión demasiado trufado de presiones políticas, intereses empresariales, conveniencias editoriales y, para acabar de liarla, compromisos personales.
No. Como periodista tengo claro que lo que más me importa es contar historias. Historias de verdad, historias sinceras en el pleno sentido de la palabra, historias de personas, historias que lleguen a la gente y que le hagan verse reflejada en sus protagonistas, en sus contextos, en sus circunstancias… E intuyo que la generalidad de mis convecinos también pretenden eso por encima de cualquier otra cosa. Quiere asomarse al mundo a través de nosotros: al inabarcable mundo de la ruta de la seda, las migraciones del Serengeti y el difícil ‘equilibrio’ en Oriente Próximo; y al pequeño gran mundo de su ciudad, de su barriada y de su vecindario.
Por ello, desconfío de mis colegas que se empeñan en hallar griales en forma de escándalos políticos, de tramas de corrupción económica o de amoríos y escarceos nocturnos. Mi profesión, mi bendito oficio, sólo consiste en contar historias. Ese mismo motivo me lleva a recelar de aquellos colegas que tratan de convertirse en cómplices o en cooperadores necesarios de la actualidad, cuando no en protagonistas de la misma. En realidad, es muy simple: hay que contar historias. Y tratar de hacerlo de la mejor forma posible. Y ay, amigo, eso complica enormemente la tarea, porque no todo el mundo tiene el talento ni la capacitación para juntar letras o dibujar imágenes; y menos aun intentando que unas y otras mantengan, al menos hilvanado, un discurso argumentado o una sucesión de pensamientos.
Pero eso, intuyo, tiene que ver con la forma de ser de cada uno; de cómo entiende su oficio y de qué espera de sí mismo, tanto en lo humano como en lo profesional. Y hoy no quiero hablar de eso. Pretendo centrarme en lo que mantenía al comienzo de esta entrada; en contar historias. En este caso se trata de una dramática, diría que extremadamente dura; de ésas que te hacen dudar de la legitimidad de tus miopes motivos para quejarte de tu asquerosamente afortunada existencia.
Es una historia que he encontrado en El Mundo. Como tantas otras, que jamás abrirán un periódico ni un informativo. Pero cuyas puntadas casi revientan en cada línea; porque son incapaces de retener tanta dosis de un concepto periodístico tan difícil de explicar en lo teórico como sencillo de entender cuando se pincha el enlace que cierra esta entrada: el interés humano.

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