jueves, 14 de octubre de 2010

Salvados


Hace un montón de años, cayó en mis manos un libro titulado ‘El ojo mágico’, una recopilación de imágenes impresas de tal forma que, forzando la vista de una determinada manera, obraban el ´milagro’ de revelar una efigie en tres dimensiones hasta entonces oculta. Según mi propia experiencia, es sólo cuestión de una fracción de segundo, en la cual dejas de ver lo que está delante de tus ojos y pasas a contemplar esa misma realidad pero a través de un nuevo prisma.
Antes que nada, debo admitir mis serias dudas acerca de si seré capaz de reflejar lo que quiero poner de manifiesto con esta entrada. A priori, no me parece sencillo. Pero sí estoy seguro de qué siento y de qué quiero contar.
El episodio en cuestión se remonta al pasado mes de agosto, cuando un grupo de mineros chilenos quedó sepultado bajo toneladas y metros de roca. Ya entonces me pareció una historia increíble, de esas que ponen a flor de piel algunos de los mejores sentimientos de los que es capaz el ser humano. En una entrada en este mismo blog, decía que el simple conocimiento de la existencia de ese grupo de personas, a casi un kilómetro camino del infierno, había tenido un efecto demoledor sobre las conciencias de las gentes de bien de todo el mundo. Tanto que, desde que uno de ellos protagonizó ese ejercicio de periodismo improvisado que quedará para la historia de “estamos bien los 33 en el refugio”, quienes teníamos un problema de verdad éramos los 6.000 millones que habitamos sobre la corteza terrestre. No ellos.
Ellos habían hecho su papel, habían cumplido con creces su ‘obligación’ llamando la atención sobre su estado; y aun durante los siguientes meses han dado toda una lección de entereza, probablemente superando cualquier expectativa en semejantes circunstancias. De forma que la responsabilidad y la urgencia recaían en quienes tenían (o teníamos) en nuestras manos poder devolverles a la vida, independientemente del coste técnico y económico que hubiera que afrontar.
De alguna manera, esta entrada pretende reflejar un sentimiento, absolutamente personal, que experimenté ayer a tenor del particular pensamiento que antes desgranaba y siguiendo el ejemplo de ‘El ojo mágico’. Si se acepta el razonamiento de quién era responsable de solventar una posible tragedia sin precedentes, si he conseguido variar el punto de vista sobre este asunto y cambiar así el peso de la angustia (de forma que ya no se cerniese circunstancialmente sobre los sepultados sino que amenazase con aplastar para siempre a quienes teníamos en nuestras manos su existencia), sólo se me ocurre una solución lógica de este silogismo: no ha sido el mundo quien ha salvado a los 33; muy al contrario, han sido ellos los que han acudido al rescate de todos nosotros. Nos han salvado, y jamás se lo agradeceremos lo suficiente.

(La imagen que ilustra esta entrada es la portada de los compañeros de El Mercurio; una portada que ya forma parte de la gran hemeroteca de nuestro pequeño mundo).

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