jueves, 21 de mayo de 2009

Europa, por si acaso


Hace unos años fui presidente de una mesa electoral. Concretamente, en las últimas elecciones al Parlamento europeo. Fue un día horroroso, el calor cayendo a plomo sobre el IES Padre Luis Coloma y con un desesperante y cansino goteo de electores que al cierre de la jornada apenas sumaba un tercio del censo…
Esta noche se ha iniciado la campaña de las europeas de 2009, con la vista puesta en la cita en las urnas del próximo 7 de junio. Y tampoco parece que los miembros de las mesas electorales vayan a necesitar tomarse esa noche un par de tilas para tranquilizarse tras una jornada de intensa actividad… Es más, los medios de comunicación no dejan lugar a las dudas y aventuran una participación que puede rozar el ridículo.
Ignoro cuál es la causa de ese desinterés que los españoles mostramos ante todo lo que tenga que ver con Europa, nosotros que no hace tanto perdíamos la cabeza con la bandera de las estrellas amarillas. Tal vez sea la lejanía física respecto a los centros de decisión de ese conglomerado de países del que somos una parte esencial y que hace apenas dos décadas mirábamos con envidia; quizás responda a la ausencia de ‘retorno’ de la labor de los electos hacia sus votantes, una circunstancia que se agrava por el hecho de que la circunscripción sea la totalidad del territorio nacional. Ignoro la causa.
Personalmente, estoy convencido de la necesidad de ejercer el derecho al voto; y de hacerlo también en las próximas elecciones europeas. Por muchas razones: porque es mío, porque es mi derecho; porque muchas personas se han complicado la vida hasta términos insospechados o incluso la han perdido para que yo meta al final la pata y decida que la cosa no va conmigo; porque no me da la gana de que nadie decida por mí; porque creo que este viejo continente es y debe seguir siendo una referencia para todo el mundo y que tiene que consolidarse como la gran esperanza para quienes menos tienen; porque me apasiona la simple idea de participar en la construcción de un proyecto común que supera siglos de guerras y de atrocidades cometidas en nombre de banderas, territorios, dinastías o religiones; y porque hay muchos peligros esperando ahí fuera, confiando en que hagamos dejación de nuestra fuerza como ciudadanía libre.
Mi perfil, a la izquierda de esta entrada, se empeña en recordarme que no viví la época en la que se tomó la imagen que encabeza este texto y que pone los pelos como escarpias (una fotografía propiedad del Louvre, tomada en museo parisino durante la ocupación nazi). Tampoco pude correr delante de los grises. La terquedad de la biología y las incomodidades del taca-taca y de los pañales me lo impidieron. Por eso me molesta que me presuman de edad como sinónimo de compromiso con las libertades. Pero, por ese mismo motivo, no pienso perder ni una sola oportunidad de que se escuche mi voz. Por quienes se la jugaron para que pueda hacerlo. Y por si acaso. Sobre todo, por si acaso.

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