miércoles, 19 de enero de 2011

Máscara


Confieso que llevo meses asistiendo sorprendido a mi propia estupefacción. A pesar de haber nacido en el tardofranquismo, uno se ha criado (y adquirió aquello tan bonito del uso de razón) en democracia. Y entiende que las reglas de la gobernanza deben ser algo así como el catón del mundo civilizado…

Por eso, insisto, me parece sorprendente que en pleno siglo XXI (ya en 2011), una sociedad europea que se jacta de albergar algunos de los grandes valores democráticos pueda estar gobernada por un personaje que parece gestionar los asuntos de la res pública siguiendo sus intereses particulares; que el concierto de los pueblos más libres del planeta asistan a un episodio en el que quien ostenta el poder político utiliza los medios públicos y su influencia directa o indirecta sobre los canales de comunicación privados para intentar imponer el pensamiento único y pervertir las reglas del juego democrático; que en plena Europa occidental se dé un caso en el que el nepotismo y las supuestas prebendas, a cambio de tan hipotéticos como públicos y publicados favores sexuales, empañen el prestigio de la clase política e incluso de la colectividad a la que representa, que contempla cada vez con menos asombro todo un rosario de escándalos judiciales sin precedentes; que pueda trasladarse siquiera a la ciudadanía que lo importante de verdad es un implante de pelo o unas inyecciones de bottox, porque no hay nada como una máscara tras la que ocultar tamaña podredumbre…

En diversas ocasiones he leído una frase que ahora he encontrado atribuida a Georg Christoph Lichtenberg: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. Me encanta, y debería hacer pensar a algunas personas.

La foto, sobre estas líneas, es de Silvio Berlusconi. Me ha gustado, la verdad.

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