lunes, 13 de abril de 2009

Un café con buena gente

Hoy he despedido a un compañero. Esta mañana me ha tocado a mí pasar el mal trago de acudir al tanatorio y saludar a los amigos comunes. Por las mismas, el destino podría haber decidido que fuera él quien se dedicase a estrechar manos y a repartir abrazos a las personas reunidas en torno a mi recuerdo. Pero no lo ha hecho. Así que he decidido desempolvar el Toshiba y asomarme de nuevo a esta pequeña ventana, tras muchos días sin hacerlo.
No diré que la última cita con Juan Andrés se haya convertido en una especie de revelación; pero sí me ha brindado una oportunidad magnífica para ver negro sobre blanco determinadas cosas que, por más innegables que sean, nos esforzamos en mantener ocultas. La muerte (como la pobreza, el hambre o cualquier tipo de dolor) es el principal ejemplo de que algo no existe mientras no se habla de ello o si no se ve con los propios ojos, aunque la sensatez nos diga que forma parte cotidiana de nuestro entorno más inmediato.
Tengo un amigo sabio que mantiene que el miedo cerval a la muerte es fruto de nuestra sociedad, de su afán por ocultarla, por negarla y por abominar de ella; cuando, de haber alguna certeza, ésa debería ser la muerte. Según este razonamiento, que no aboga por una exhibición obscena sino por una asunción personal y cultural lo más serena posible de un hecho físico e irremediable, es la propia negación de la muerte lo que nos sitúa inermes ante ella (tal vez en busca de un consuelo en forma de promesa de eternidad. La tapia del cementerio de Ochandiano –un pequeño municipio vizcaíno muy cercano a Álava- luce en una de sus tapias una inscripción que refleja perfectamente lo que quiero decir: “Lo que sois fuimos nosotros; y lo que somos seréis cuando menos lo esperéis. Rogad por nos y lo haremos por vos”).
Esta mañana, rodeado de ciertas personas a las que quiero con ese tipo de sentimiento que también tiende a ocultarse, en este caso por un exceso de pudor; departiendo con otras más a las que aprecio sinceramente; y saludando en la distancia física a algunas con quienes no me unen lazos demasiado estrechos… Esta mañana, digo, he caído en la cuenta de que Juan Andrés podría haber ocupado perfectamente mi sitio. O, por decirlo de otra forma, que antes o después yo deberé interpretar el papel que hoy era suyo. Un papel para el que, intuyo, nadie ha ensayado lo suficiente.
Estando allí, en esa especie de embarcadero hacia lo desconocido que es el tanatorio de Jerez, he pensado todo esto. Después, me he tomado un café con buena gente. Vamos quedando menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario