viernes, 20 de marzo de 2009

Mis amigos lo saben

No lo soy de nacimiento, aunque coincido con Javier Clemente en que los vascos nacemos donde nos da la gana. Así que, volviendo la activa por pasiva, puedo decir que nací en Jerez a los 25 años de edad. Ya llevaba en lo alto casi veinte veraneos en Fuengirola; pero fue en 1994 cuando me asomé por primera vez a esta tierra, la víspera de aquel España-Italia del Mundial de Estados Unidos que acabó con Luis Enrique como un ecce homo.
Han pasado por tanto casi 15 años. Si hacemos caso del tango, tres lustros suponen un suspiro, apenas tres cuartas partes de nada. Pero han pasado cosas, muchas cosas, tanto en mi vida personal (entiendo que como en las vidas de todos y cada uno) como en el pulso vital de este apasionante proyecto colectivo de construir día a día una ciudad.
Hace ya un tiempo, sorprendido por la publicación de una esquela de un personaje "de toda la vida", mi entrañable Juan Pedro Simo exclamó como regresando de un trance momentáneo: "Hay que ver: en Jerez se está muriendo gente que no se había muerto nunca..." Juan Pedro es un tipo enormemente inteligente. Y no reaccionó a la carcajada que solté ante su inconsciente ocurrencia. Seguramente, se quedó como estaba porque, dentro de su lógica, tenía toda la razón del mundo. Y porque conocía y conoce esta ciudad de una manera que apenas puedo imaginar que yo podré conocer jamás. Yo, que tanto me reía.
Recuerdo que apenas cuatro semanas después de mi primer aterrizaje en Jerez, cuando había llegado el tiempo de buscar piso y de organizar la mudanza en condiciones, un domingo a comienzos de agosto de 1994 se me ocurrió abandonar el aire acondicionado del Hotel Serit y recorrer la calle Larga (por entonces aún tomada por los coches) en busca de un lugar donde comer algo. A mi lado, el Mel Gibson de 'Mad max' parecería un inspector de calidad de Repsol, estresado con tanta acumulación de visitas a estaciones de servicio...
Casi a la altura del Arenal, vi dibujarse la silueta de un policía local que sin duda merecía una condecoración por soportar los cuarenta grados y, sobre todo, el aburrimiento supino en el que supongo llevaba tiempo instalado. Visto de lejos, con la pistola al cinto, sólo le faltaba que cruzase la calle ante él una de esas especies de pelotas vegetales resecas que aparecen en las películas del oeste. "Perdone, ¿dónde se puede comer por aquí?" "Ahí detrás, en el centro comercial, tiene usted un macdonalds", me dijo. Joder, un macdonalds... Un macdonalds es un estándar del carajo si te dejan suelto en Addis Abeba o en Mogadiscio y no quieres acabar rellenando treinta mil papeles para regresar a España en un avión ambulancia. Pero yo venía pensando en carrillada ibérica, en riñones al jerez, incluso en pescaito frito... "Sí, bueno, pero... ¿Dónde come la gente de aquí un domingo?", le respondí preguntando. "Ah... En El Puerto".
Hoy, en marzo de 2009, la situación ha cambiado en Jerez como de la noche al día. Aquella ciudad anodina se ha convertido (con toda seguridad, exclusivamente por la propia pujanza de sus habitantes y por el dinamismo adicional llegado de quienes se han hecho jerezanos tras haber echado los dientes) en una ciudad moderna, en una ciudad que no desmerece en absoluto de las que se sitúan en su entorno, en una ciudad que ya no tiene que mirarse en espejos ajenos para darse cuenta de que debe responder, sin complejo alguno, a su propia personalidad... Ni mejor ni peor que otras. Con su peculiaridad.
Para los no iniciados en etimología, aclararé que 'peculiaridad' no viene de caspa, de gomina (aquí se dice patrico), de incienso ni de caracolillos en el cogote; que no es una marca de corbatas, ni un modelo de cochazo; que no es una forma clásica de referirse a los golpes de pecho, ni una parte de un pregón; que ser peculiar no es ser mejor ni peor, que es ser lo que se es, no lo que alguien dicte ni lo que se espera que se sea; que, aunque parezca una barbaridad, los tiempos adelantan; que a veinte kilómetros de aquí algunos de nuestros convecinos participan en la construcción del avión más avanzado del mundo; que nada ni nadie puede negarnos el orgullo de ser lo que somos, o lo que fuimos pero sabiendo lo que queremos ser.
Hoy pensaba escribir de otra cosa. O de lo mismo, sin anestesia. Mis amigos lo saben. Pero aquí está el tío, con dos cojones.

1 comentario:

  1. Pues claro que sí, uno es de donde se siente y de donde quiere. Yo, al igual que tu, nací en Jerez ya "crecidita", con 28 años. Me vine tras casarme en mi Barcelona natal. Aquí vivo estupendamente y Jerez forma ya parte de mi vida. Siempre seré "polaca" y a mucha honra, pero también me siento jerezana, a mi manera,como cantaba Sinatra...

    ResponderEliminar