miércoles, 9 de junio de 2010

Amigos

Esta mañana ha sido una mañana de reencuentros. Tal vez porque madrugué, en busca de un amigo que ya me había reservado un hueco en su agenda, y porque el refranero es sabio. El caso es que la lluviosa mañana me había reservado una agradable sorpresa (al contrario que las causas y los azares de Silvio Rodríguez). Una sorpresa en forma de un puñado de amigos de esos con quienes ya era un placer tropezarse en un tiempo en el que coincidíamos casi a diario. Han sido sólo unos breves minutos tras un amplio paréntesis; pero han sido.
La muchacha de cabello ensortijado de color mágico y ojos sonrientes; quien se sentaba frente a ella y vela sus descansos tras las batallas; el amigo-hermano con una de las cabezas más brillantes de Jerez; la chica que surgió, no del frío, sino de la tierra del mosto y las angulas; al teléfono había una voz que evocaba amistosos sonidos de otros tiempos. Y mi otrora alter ego, a quien sigo sin ser capaz de pagar un café y con quien he podido compartir un rato (siempre corto) de enriquecedora charla, como dos peripatéticos bajo el chirimiri...
Me ha encantado. Porque, como el dinosaurio de Monterroso, todavía estaban allí.

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