viernes, 2 de julio de 2010

Ecuador

Si no me fallan las cuentas, 2010 ha alcanzado hoy su ecuador, con lo que comienza la ‘cuesta abajo’ del año. En lo personal, el tiempo acumulado desde el pasado 31 de diciembre ha traído de todo. Un par de disgustos de cierto calibre, sí; y un puñado de decepciones, también. Pero en el inventario parcial del año figuran igualmente una docena de satisfacciones, un buen número de agradables reencuentros y un saco de motivos para seguir peleando. El primero de ellos, ser dueño del propio destino.
Los periódicos, radios y televisiones no invitan al optimismo, la verdad. Más allá del espejismo del Mundial, la generalidad de las noticias incluye un sesgo más bien negativo, un tono negro tirando a negro oscuro diría yo; y no sólo por la crisis económica. Porque a los efectos nacionales y locales de esa sacudida global se suman, claro, las poco agradables medidas de recorte impulsadas por nuestros gobernantes, en ocasiones huérfanos de un sólido respaldo; algún caso de supuesta corrupción política que se viene dilatando demasiado en el tiempo y que no contribuye a normalizar el debate; el dramáticamente cotidiano rosario de muertes en la nómina de países que continúan azotados por el terrorismo (una lista a la que, por cierto y tristemente, se ha incorporado con fuerza México); las reiteradas fracturas de España que algunos vaticinan; los ‘líos de togas’ en ciertos tribunales; los cíclicos desplomes de las bolsas; la reiterada modificación a la baja de la calificación de la deuda española… Y, por si fuera poco para completar un panorama desalentador, incluso la caída de la venta de libros.
Aun así, de la primera mitad del año me quedo con dos cosas. Por una parte, varios puñados de esperanzas que he ido acumulando, con la vista puesta en que puedan cristalizar en este nuevo tiempo. Y por otra, las personas que siguen siendo y continúan estando. Con eso basta. A pesar de todo, por más que llueva y haga frío ahí fuera.

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