martes, 6 de julio de 2010

Roja


Siempre he dudado de la efectividad de ciertas campañas o actuaciones tendentes a sensibilizar hacia lo que debe ser evidente. Sobre todo de aquellas que se plantean 'en negativo'; es decir, las que se centran más 'contra el terrorismo' que 'en favor de la tolerancia'. Simplemente, porque no veo al más sanguinario de los asesinos enternecerse, como los aprendices de canallas de las películas españolas en blanco y negro, por el simple hecho de que la ciudadanía se eche a la calle para condenar sus crímenes; o porque se pongan de moda los lazos de tal o cual color. Por la misma razón, tampoco me parecen rentables las dramáticas campañas contra la siniestralidad en las carreteras, por más historias trágicas que nos cuenten y por más que, en ocasiones, podamos reconocernos en las mismas.

Sin embargo, considero que hay iniciativas mucho más eficaces. Siguiendo el símil automovilístico, primaría un llamamiento a no compartir vehículo con según qué conductores. Algo así como un "papá, yo prefiero ir en tren", en lugar del "papá, no corras". Una estrategia que implique al destinatario y que esté basada en una especie de 'aislamiento social' hacia quien pone en riesgo la vida de los demás por su conducta al volante. Porque el rigor legislativo, si es que existe, no basta por sí solo.

Dudo si la tarjeta roja contra la violencia de género será o no efectiva. Sí sé que todos los esfuerzos para evitar ese abuso, que a mi juicio denigra más al agresor que a la víctima, son insuficientes para frenar el goteo de muertes y la cascada de dramas cotidianos que nos rodean aunque no salten a las portadas. ¿Será útil la tarjeta roja? Mucho más que el silencio cómplice. Sin duda.

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