miércoles, 21 de julio de 2010

Peaje

Ciertos munícipes son célebres por una insólita afición: ordenar a sus subalternos (o hacerlo ell@s mism@s, si son de natural campechano) que porten un recipiente con agua con el que, sentida la imperiosa necesidad, poder ‘fabricar’ un charco en el que tirarse en plancha para desesperación de sus asesores de comunicación y de la ortodoxia de los partidos que los sustentan. Eso sucede en las localidades de interior, claro. Porque en aquellas que podrían cobrar el IBI al mar (no lo descartaría, al paso que va la ruina de los ayuntamientos…), la cosa es más sencilla para los próceres; y menos onerosa para los tiralevitas, que se ven liberados de la obligación de cargar penosamente con el búcaro.
El alcalde de La Línea (ciudad costera donde las haya), Alejandro Sánchez, ha propuesto el cobro de un ‘peaje’ a aquellas personas que accedan a Gibraltar, y en ello ha puesto a trabajar a los técnicos municipales. Para ello, se agarra a un doble motivo: la dejadez del Gobierno español hacia el municipio que hace de frontera con la Roca; y "la publicación en los medios de comunicación nacionales de que los ingresos presupuestados por parte de Gibraltar para el próximo año, cifrados en más de 350 millones de euros, proceden en su mayor parte del número de visitantes anuales procedentes de España". A juicio del alcalde de La Línea, "es imposible seguir manteniendo la situación actual por más tiempo, debido sobre todo a que Gibraltar es la gran beneficiada de todos los acuerdos que dependen de dicho foro" (el denominado Foro Tripartito, que reúne a los gobiernos de España y Reino Unido con las autoridades de la colonia).
La tormenta política, claro, no se ha hecho esperar. El medio gibraltareño 'de referencia' y algún que otro rotativo inglés ya se han hecho eco de la noticia o se han pronunciado al respecto (doy gracias de que el internet no he encontrado referencias de los diarios sensacionalistas británicos). Y el propio ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, se ha entrevistado hoy mismo con el regidor linense, entiendo que no para proponerle como próximo secretario de Estado de Cooperación Internacional, ni para recomendarle que vaya puliendo pequeños defectillos con vistas a convertirse en el Javier Solana del siglo XXI.
El alcalde de La Línea asiste, como muchos otros (demasiados de ellos en la provincia), a una situación económica lamentable de las arcas municipales. A Sánchez (PP), sucesor del ex-GIL Juan Carlos Suárez tras la inhabilitación de éste, le ha pitado y abucheado su propia plantilla porque no es capaz de pagar las nóminas de sus trabajadores… Esos, los mismos, a los que ahora ha pedido que vean el margen legal para establecer el referido peaje. Es la monda.
A grandes males, grandes remedios; o grandes titulares, habrá pensado. Y, mezcla de una cierta desesperación con una buena dosis de oportunismo, utiliza el asunto del peaje para distraer la atención. De la misma forma que un jefe de Estado bolivariano en horas bajas se ha empeñado en desenterrar al propio Simón Bolívar. El viejo truco de los líderes acogotados, la cortina de humo que busca todo político cuando el rival o las circunstancias le han castigado tanto el hígado que apenas puede recuperar el aliento en su rincón. A grandes males, grandes ridículos, diría yo. Pero de ahí a plantear puestos de control de la Policía Local en las inmediaciones de la verja, en plan Checkpoint Charlie, va un mundo.
Llegados a este punto, me gustaría plantear dos alternativas al alcalde de La Línea. Entiendo que no le harán falta, porque dada la altura de sus reflexiones doy por hecho que debe de estar rodeado de un magnífico y carísimo equipo asesor. Pero, en todo caso, ahí van. Una, que ya que hasta el menos leído de los monos de Gibraltar sabe que el peaje es insostenible, baraje abiertamente la posibilidad de recuperar la figura de los corsarios: una suerte de ciudadanos que, sirla en mano, atraquen directamente a los turistas que pretendan acceder a la colonia, a mayor gloria de su alcalde y de la hacienda local; pudiendo sacarles toda la pasta, no sé por qué hay que conformarse con un ridículo peaje. Y dos, que dadas las dificultades para abonar los salarios a los trabajadores municipales, insista en la idea del pago del peaje, exclusivamente a su propia ciudadanía si bien por cualquier asunto: salir a la calle, pasear al perro, abrir el grifo, mirar por la ventana, hurgarse las orejas en los semáforos (no digo ya por llamar a la Policía Local o a la grúa, o porque se recoja la basura o se alquitranen las calles, asuntos todos que deberían estar gravadísimos). Así, tacita a tacita…

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