sábado, 7 de febrero de 2009

El Chavo


Cuando me vio a lo lejos, mi padre pensaba que había ido a recibirle a la antigua estación de autobuses de Jerez llevando amarrada a una cabra… Debía de ser el año 1995, ó 1996. Pero no era una cabra: era Chavo, un genuino perro marca blanca de Pago del Humo que tomó su nombre del personaje de una mítica serie infantil de la televisión mexicana. Tuve una época en la que me esforzaba por convencer a mis interlocutores de que se trataba de una subespecie de podenco andaluz… Era absurdo revestirlo de cualquier grandeza. Aquello era un fruto de la selección natural, un bicho simpático y más duro que un todoterreno polaco. Un chucho en toda regla, vamos.
Esta introducción me trae a la memoria a un compañero de mis tiempos de Madrid. Él tenía, por obra y gracia de la parienta y los niños, una vieja perra que era para verla. Podría pasar por un hámster, a no ser porque pesaba como treinta veces lo que uno de esos roedores; y porque su rollizo y negro cuerpo era compatible con cuatro ‘guantes’ de pelaje blanco en sus otras tantas extremidades, con lo que fundamentalmente parecía una rata. Él vivía (entiendo que lo seguirá haciendo) en una urbanización llamada, creo, La Piovera, situada al lado de un parque de lo más molón. José Antonio (ése era el nombre del propietario en régimen de gananciales y paseador en régimen de exclusividad de semejante beldad perruna) solía contar que ocasionalmente coincidía en ese parque con ‘vecinos’ acompañados por cánidos de lo más pintureros. Un día, relataba, se le acercó una joven cuyo animal (un lebrel afgano que parecía recién atendido por Llongueras) trataba sin éxito de arrancar un ademán juguetón de la vieja y sorda perra. “¡Qué simpática! ¿De qué raza es?”, preguntó la muy imbécil, aguardando sin duda su turno de réplica para ilustrar sobre las características genealógicas de su campeón afgano… “Una rareza: un ‘whitesocks’ de Bilbao”, sentenció mi colega. Fin de la conversación. Fue mano de santo (porque hay que ver lo que pueden dar de sí los dueños de un perro…)
Vuelvo al Chavo. En verano de 2001 dejé Diario de Cádiz y me incorporé a Diario de Sevilla, un ascenso profesional que trajo consigo una mudanza y un importante esfuerzo vital y familiar. Ese ‘ajuste’ incluyó la necesidad de ‘colocar’ a Chavo a unos amigos, Paco y Flora, a quienes se les acababa de morir una magnífica doberman: sus niñas estaban fatal, todo el día llorando, y era la mejor opción para todos. Así que la cabra perruna de Pago del Humo estrenó familia, con la que ha pasado más de la mitad de su vida.
Hace unos días, y tras mucho tiempo sin verles en condiciones, supe por Flora y Paco que Chavo había pasado a mejor vida. Que tuvo una enfermedad cardíaca crónica (haya que ver cómo son los perros) y un tratamiento que se la controló hasta que llegó su hora, con más de 90 años humanos. En la imagen, de comienzos de 1997, el gran Íñigo Aramburu duerme la siesta en una mesa camilla mientras Chavo, en una posición insólita, hace lo propio sobre una silla en el domicilio familiar en la jerezana calle Clavel.

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