lunes, 23 de febrero de 2009

Enhorabuena, Tau. Felicidades, Vitoria.

Creo recordar que fue en plenas vacaciones de Navidad, hace muchos años. Tantos que, o ando muy despistado, o el recuerdo me lleva a caballo entre 1982 y 1983. En ese momento tuve mi primera experiencia 'en vivo' con el baloncesto de alta competición. Y me estrené por todo lo alto, acompañado por mis primos Luis e Íñigo, en el viejo y vitoriano pabellón de Mendizorroza: nada menos que en un partido entre el Caja de Álava (como se llamaba entonces el Basconia antes de que cambiase la 'c' por la más atávica 'k') y el Real Madrid, el equipo con el que toda una generación despertó al baloncesto a través de sus duelos ‘en blanco y negro’ con el Maccabi de Tel Aviv, el Bosna de Sarajevo, la Jugoplástica de Split o el TSK de Moscú.
Me gustó aquello, la verdad. Yo que venía de la cultura del fútbol (en la que me mantengo), disfruté como un enano ante tamaño espectáculo mezcla de velocidad y precisión. A pesar de que el Basconia había ganado un par de años antes al Madrid por primera vez en la historia (creo recordarlo así), el resultado final no pudo ser más descorazonador: 84 a 126. Los chicos de blanco nos ganaron por una diferencia equivalente al 50% de todos los puntos que los pundonorosos jugadores locales fueron capaces de conseguir. Pero vi algo en aquel ambiente, en aquel pabellón en el que niños, hombres y mujeres (me llamó extraordinariamente la atención la cantidad de mujeres que había aquel día en las gradas) se unían en torno a un objetivo común, en torno a algo más atávico incluso que la 'k' que después se incorporaría al nombre del Baskonia. A pesar de la debacle en el luminoso (siempre quise poder escribir esta palabra), aquello pintaba bien.
Ha pasado más de un cuarto de siglo. Tanto que el equipo creció, abandonó el incómodo polideportivo de Mendizorroza y ‘se mudó’ al más amplio y funcional Araba Arena. Por desgracia, ha habido incluso tiempo para que esa infraestructura deportiva debiera cambiar su nombre por el de Fernando Buesa Arena, en honor del dirigente socialista vasco asesinado por ETA junto a su escolta, Jorge Díez, hace justo ahora nueve años.
Y hoy el Tau (el Basconia o el Baskonia de siempre, pero bajo la denominación del actual patrocinador) es un gigante del baloncesto: y no sólo del baloncesto español, sino del europeo. Ayer mismo se alzó con su sexta Copa del Rey (campeonato en el que, desde 1993, ha sido tres veces finalista). Sus vitrinas atesoran actualmente dos títulos de la ACB (torneo en el que ha sido finalista en otras tres ocasiones, y semifinalista en cinco más); cuatro Supercopas de España (de forma consecutiva, desde 2005 hasta 2008); y una Copa Saporta (1996). Además, ha jugado (y perdido) dos finales de la Euroleague, competición en la que ha disputado además tres ‘finales a cuatro’. Todo en apenas un puñado de años.
Y creo que esto no ha hecho más que empezar. ¿Por qué? Porque ese club deportivo se ha convertido en algo más que eso, y hoy es un elemento capaz de catalizar a toda una ciudad, de dar cohesión y de proyectar unidas las esperanzas, las ilusiones y las energías de una colectividad que, como tantas otras en los lugares más distantes, anhela encontrar una razón para confiar. Un motivo para sentirse parte de un proyecto colectivo, un proyecto que se construye desde la aportación de todos, un proyecto en el que el último aficionado que viaja a un lejano desplazamiento del equipo es tan importante como aquel jugador que anota la canasta definitiva en el más trascendental de los partidos. Si a eso se le une una magnífica gestión interna del club, tanto en el plano deportivo como en el empresarial (desde lo que tiene que ver con las cuentas al reforzamiento de la vinculación con el entorno, reforzando cada día la identificación mutua entre la entidad y la realidad social en la que se halla inmersa) las posibilidades de éxito aumentan exponencialmente.
Porque éste y no otro es el secreto del éxito de toda empresa, concebida no con el significado mercantilista del término, sino desde el punto de vista romántico, el ‘de verdad’: un proyecto que, en manos de un líder (en forma de persona individual o de una colectividad) honesto, comprometido y, en definitiva, ejemplar, sea capaz de entusiasmar a la sociedad de la que nace hasta el punto de que lo sienta como propio, le ofrezca su plena adhesión y se articule en torno a él. Con esta palanca, sólo se necesita un punto de apoyo para mover el mundo. Enhorabuena, Tau. Felicidades, Vitoria.

2 comentarios:

  1. Estaba pensando que hace unos años 10 años no se era nadie importante si no se tenía móvil y no se hablaba por la calle o,desde luego, en el AVE ( en este caso bien alto, para que todo el vagón se enterase de tus conversaciones;de hecho recuerdo haber escuchado todo el proceso de orden de despido que dictaba un empresario a su jefe de personal....)
    Hace unos 7 años, se incorporó en el caché de "persona importante" tener una dirección de correo electrónico.
    Y ahora, parece que no se tiene caché de intelectual si no se tiene un Blog.
    Y claro, el refrán castellano y medievo decía "el hábito no hace al monje"
    Por ello,el hombre tuvo que descubrir quien era un verdadero monje...aún sin hábito.
    Leo todos los blog de la última hornada y claro, fácilmente descubro quien es quien... aunque no tuviese un Blog.
    Y tu Juanra, eres de los que no necesitarías un Blog, para saber quien eres. Por tanto, conclusión: me gusta tu Blog, me gusta lo que escribes y como lo escribes y me gusta que escribas en blanco sobre negro.
    Y se agradece encontrar un blog de alguien que no necesita ni hábito, ni móvil, ni dirección de correo electrónico.
    Ánimo¡ y sigue deleitandome.

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  2. Me quedo sin palabras. Sin palabras, sin papeles, y sin teclado... Por desgracia, aunque ignoro si los necesito, sí 'dispongo' de móvil y de dirección de correo electrónico. Hábito, de momento, no utilizo, aunque nunca se sabe...
    Gracias por tus cariñosas palabras.

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