lunes, 26 de enero de 2009

El mal jamás descansa

Hoy he cumplido tres semanas sin fumar: Melchor, Gaspar y Baltasar se lo están currando para procurar mi plena deshabituación. Ellos, que están todo el día entre camellos, arriba y abajo... La verdad es que no había caído en esa circunstancia (en la de las tres semanas; la de los camellos es evidente para todo aquel que ha sido niño en este país). Pero se me ha venido a la mente porque esta tarde de lunes 26 de enero he debido acudir al centro de salud de Montealegre para que se me administrara una dosis de recuerdo de una vacuna (creo que se llama así a esa cosa con la que te pinchan en un brazo varios meses después de hacerlo por primera vez para protegerte contra alguna enfermedad, y que tiene la virtud de prolongar la vigencia de la inmunidad). Es que en verano estuve en Egipto, que parece que hay que contarlo todo…
Y, sentado mientras esperaba mi turno (haciendo un poco el panoli, la verdad, porque uno tiene la mala costumbre de llegar pronto a sus citas, y allí sólo había niños de meses que dormían y madres de tan tiernos infantes que me miraban con sorpresa, tal vez tratando de averiguar si estaban ante un Saturno que acababa de devorar a sus hijos ‘vacunacantanos’), me he sentido retroceder en el tiempo, a la época en la que en mi Vitoria natal acudía al médico en el ‘ambulatorio’, lo que con el tiempo se ha convertido en ‘centro de salud’.
De esa época me han venido algunas cosas a la mente, cosas que me han estado esperando treinta años, como los fantasmas de Mr. Scrooge. Tal vea la principal ha sido el olor del referido ‘ambulatorio’. Jamás he sabido el significado de esa palabra. De pequeño, que era cuando se usaba, no la pregunté. Ahora, cuando ese término se ha sustituido por el de ‘centro de salud’, sigo manteniendo la misma estúpida felicidad ante su desconocimiento. Es un arcano de nuestros días. Coño, vas allí y te atienden; o, al menos, te hacen caso; o, ni una cosa ni otra, pero vas y charlas un rato con los mismos que están allí siempre... Ya no existen los ambulatorios. Es cojonudo, de un plumazo. Ahora hay centros de salud. Debe de ser por el olor, porque ya no existe ese ‘olor de ambulatorio’, entre zotal, betadine y alcohol… Ahora huele a centro de salud, que es mucho mejor aunque tengas que esperar lo mismo, porque ya estás en un centro de salud y no en un ambulatorio.
Viene a ser como estar en Luxemburgo (que del tirón, sólo por estar allí, eres más rico). O en un ambulatorio de la hostia. Anatema, anatema… Pues no. De anatema, nada. Si tienen ustedes tiempo, visiten la página web de la Real Academia (http://www.rae.es/), e indaguen acerca de los significados ‘ocultos’ de ese término que acompaña al ambulatorio, que sin hache alude a una playa de Roma y que, de nuevo precedida de ‘la muda’, ofrece dos acepciones de lo más interesante (sic):

“de la ~.
- loc. adj. vulg. malson. Muy grande o extraordinario. Se ha comprado un coche de la hostia.

ser alguien o algo la ~.
- loc. verb. vulg. Ser extraordinario”.

Y yo pregunto: ¿Por qué es más malsonante comprarse un coche de la hostia que ser la hostia? Personalmente, coincido con quienes nos enseñaron de pequeños que el español culto incluía numerosos registros (culto, claro, pero no culto en plan gilipollas de esos que han encontrado una copia inédita de un experimento conceptual del cine franco-iraní), y reivindico el derecho de hablar mal. ¿Mal? Bueno, me refiero al derecho intelectual y vital de llamar a las cosas por su nombre, más allá de los convencionalismos y las conveniencias. También, y sobre todo, a los coches que sean de la hostia y a las personas que sean la hostia (incluso sin tener coche; lo cual es mucho más meritorio, porque ser la hostia sin tener coche… Debe ser mucho la hostia).
Bueno, la cosa es que me he perdido. O, por decirlo mejor, que me he dejado ‘perder’ en medio de esta disquisición que iba dirigida a mis recuerdos infantiles como usuario del sistema público de salud. Eran tiempos de paredes con teselas y de bancos corridos; de compartir estornudos con personas que tenían, para mis oídos de pocos años, una extraña forma de hablar, casi ininteligible. Esa misma forma que, desde hace década y media, es la mía, aquí, al sur del Sur. La misma que he encontrado en el centro de salud de San Benito, allí donde la muchachada popular asegura que se está produciendo “una oleada de robos y atracos”… Los pobres; la muchachada, no los vecinos. Yo he ido treinta mil veces al referido centro de salud; y, a no ser que mi colega el cuponero se asomara sin avisar por la parte de la rampa ésa de metal (que tiene un taco de guasa, porque al menos hasta hace un tiempo resbalaba para los míos y los suyos)… Ahora, por fortuna, pertenezco al centro de salud de Montealegre, donde no hay rampas; ni cuponeros dispuestos a inmolarse contigo, empujándote por la inexistente rampa.
“Ocean’s Eleven en la Zona Norte”, en el mejor de los casos. Una mezcla de Rififí y Rufufú. “Una oleada de robos y atracos”. El mal jamás descansa.

3 comentarios:

  1. Juanra,tio, gracias por aclararme lo del coche de la Hostia, pero tio, que he leído la entrada entera para saber que que significa ambulatorio, y me has dejado sólo con los azulejos y el olor a zotal y eso ya lo sabía por que aquí pasaba lo mismo. Hasta mañana peaso filosofo.

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  2. Hola J.Ramón. Sigo tu blog y te iinvito a ver el que hago con mi hermano:

    http://entornoajerez.blogspot.com/

    Salaudos cordiales: AGL

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  3. Magnífico blog, enormemente trabajado y reflejo de esos paseos en los que te sumerges en la historia y la cultura de este Jerez y de su entorno y que, gracias a la red, ahora podemos compartir contigo. Y con tu hermano, del que no tengo el gusto.
    Un abrazo para ambos.

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